Generalmente uno se preocupa por cosas cercanas, aquellas que afectan la evolución de nuestro día a día. Muchas veces son pendejadas. Que si el tranque de final del día; que si la entrega del proyecto que el jefe está esperando; que si el dolor de muelas; y así sucesivamente. De cuando en cuando uno dirige la mirada a lugares distantes en el tiempo y el dolor de cabeza es debido por asuntos de fin de vida, pero eso es menos común, por lo menos en mi caso.
Sin embargo, hay ocasiones en que las preocupaciones se mudan muy lejos geográficamente, especialmente cuando conciernen al bienestar de personas cercanas. Por ejemplo, yo llevo ya varios días pegada a las noticias de las Carolinas en Estados Unidos, pues dado que en la del sur vive mi hijo con su familia, no puedo menos que seguirle la pista al huracán Florence.
A ellos los tuve torturados hasta que finalmente empaquetaron un carro como los Beverly Ricos (faltó la abuela con la mecedora, pero me pareció ver que hasta bicicleta llevaban) y dejaron su casa para reubicarse a poco menos de 300 millas al norte de donde viven. Cuando los vi ya listos para partir me regresó el alma al cuerpo. Me queda la preocupación -por supuesto, igual que a ellos- de que la casa no sufra daños mayores, pero esa es pequeña comparado con que le pudiera pasar algo a la familia.
Si se le puede encontrar algo bueno a esta terrible situación, que dejará decenas de millones de personas damnificadas, puedo decirles que en lo que a mí respecta me he vuelto una experta en tormentas tropicales y huracanes. Me conozco los detalles que se usan para categorizar un huracán y que hay aquellos con número bajito que son mucho más devastadores que los que viajan con un puntaje alto.
Estoy cuchillo en la lucha que sostendrán los ríos para llevar su caudal al mar. Una batalla que llevarán perdida por varios días, igual que las aguas que están cayendo del cielo. A la vez puede uno poner las tragedias en perspectiva. Para que entiendan una tormenta como esta, no solo inundaría la planta baja de las edificaciones en la vía Argentina, sino que alcanzaría sus primeros pisos.
He aprendido que hay gente para quien su casa vale más que su vida y que, a pesar de todas las advertencias de las autoridades, han insistido en permanecer en sus hogares, de los cuales ya no podrán salir por quién sabe cuánto tiempo. Indican los expertos que el peligro de no abandonar las casas no es solo las corrientes que están afuera, sino la contaminación de las aguas que circulan debido al desborde de los sistemas sépticos. Estas terquedades son la causa de que uno empiece a ver en la televisión a familias enteras en los techos de las casas, pues en el interior ya no hay espacio para ellos.
Esas personas que deciden desobedecer las órdenes de evacuación son las mismas que muchas veces ocasionan lesiones e incluso la muerte a rescatistas que son verdaderos héroes y que desafían condiciones extremas para recoger a un señor y su perro. No entiendo.
Bueno, se me va acabando el espacio, pero cuando quieran los pongo al día con todos los detalles concernientes a un huracán. Cuenta mi hija que ayer mi nieta Victoria llegó a su casa diciendo que su abuela Bita le había explicado todo sobre los huracanes. Ya sabemos que ese examen de quinto grado lo pasará con buena nota. Está en prekínder.