Hay una forma de decir esto en español, pero la verdad es que me suena rarísimo así es que lo dejaré como me sale fácil que es en inglés.

Les voy a contar que mis primeros contactos con este sistemita de pedir comida al cuarto de un hotel llegaron a mí a través de películas de cine. ¿Cómo más, pues yo no es que empecé a viajar en la infancia? Quizás un par de viajes, pero fueron a vivir a distintas ciudades y no recuerdo ningún hotel.

Claro, en las películas el room service es de lo más glamoroso porque siempre llega por una ocasión especial, generalmente romántica, con todo el rollo que viene con eso. Que si la botella de champán, que si la servilleta enorme que el portador del carrito extiende con un volado característico sobre el regazo de los comensales, que si aquellas tapas plateadas que se levantan para dejar asomar toda clase de maravillas culinarias que uno solo ha soñado en días de fiesta y así sucesivamente.

Entonces, llegó algún día en el que me tocó estar en algún hotel u hotelucho, quién sabe, a la hora del hambre y sin posibilidades de obtener comida y tocó, pues, pedir servicio al cuarto. Estoy consciente de que muchos de ustedes no conocieron el mundo antes de que absolutamente todo se pudiera pedir a domicilio con solo apretar una tecla del celular, pero ese mundo existió. Se los puedo jurar. Haciendo memoria, es posible que pizza y comida china a domicilio hubieran podido estar disponibles, pero había que marcar un número fijo y consultar a ver si el destino estaba dentro del radio de acción del susodicho lugar y mil detalles más.

Por supuesto, que no recuerdo en qué consistió el primer room service que pedí en mi vida, o que pidieron mis padres, pues, así como que viajar sola no era tampoco algo que habría ocurrido en mi adolescencia, lo que si sé es que no fue algo que me impresionó. No fue una experiencia terrible, pero tampoco una memorable.

Con el correr del tiempo hubo otras ocasiones para hacer uso del servicio, pero, a decir verdad, no es mi opción número uno a la hora de comer. Prefiero salir bajo la nieve en Nueva York y comprarme un hot dog en la esquina que pedir una hamburguesa con papas al cuarto.

Casi siempre tengo la impresión de que la dichosa mesa, una vez que la abren no cabe en el cuarto, que no hay suficientes sillas cómodas para que todo el mundo disfrute de la experiencia; luego hay que recoger todo ese reguero, volver a “cerrar” la mesa y sacarla del cuarto, rogando que el aroma del menú no quede en el cuarto hasta el día que uno abandona la ciudad.

No niego que llegado el momento y la emergencia, es posible que me toque alguna vez hacer uso del antedicho servicio, pero no sería porque lo amo y estoy ansiando llegar a un hotel a pedir room service. A mí déjenme callejeando hasta que me duelan los pies y arriesgándome a probar cuando bocado callejero se cruce por mi camino. Eso para mí, si es una experiencia memorable.


* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.

* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.