El miércoles 18 de mayo a las 7:13 de la noche en punto ocurrió la apertura sorpresa del lanzamiento del libro de mi mamá, Carmen de la Guardia Abadía, Sola en Bella Vista y otros cuentos. Tras un apagón total de la sala, cuatro de sus nietos fueron apareciendo uno a uno como siluetas, detrás de unas mamparas, y con sus voces de locutor experimentado, leyeron un fragmento de alguno de los quince cuentos que tiene el libro.
Acto seguido se invitaron a la tarima un par de distinguidos panelistas: Profesor Enrique Jaramillo Levi y María Mercedes de la Guardia de Corró y, por supuesto, la autora. Se sentó en el puesto que quedaba justo al lado del mío, que debí actuar como moderadora, y me sorprendió ver que tenía las uñas pintadas de rojo, un color que usualmente no luce, pero que, dado el ambiente festivo de la ocasión, venía al pelo. Sonreí internamente pues concluí que luego de más de dos años de encierro por pandemia había motivos más que suficientes para celebrar.
El salón estaba hermoso con libreros en los que se desplegaban fotos y memorabilia que la autora ha ido acumulando a lo largo de sus ochenta y siete años de una vida rica en aventuras. Pero más que hablarles del evento, que todos disfrutamos inmensamente, quiero contarles sobre el nacimiento de esta criatura, hija de la pandemia.
Mi mamá lleva muchos años escribiendo, casi treinta para ser exacta. Y eso lo sé porque cuando ella empezó a tomar sus primeros talleres de escritura me invitó a participar y yo, que soy de las que levanta la mano antes de que me pregunten, dije que sí en todas las ocasiones. Como además de levantadora de mano soy guardadora de lo que mis hijos llaman chécheres y yo he bautizado como cosas de inmenso valor intelectual y/o sentimental, tengo aún en mis archivos (en realidad en la bolsa en que llevaba y traía mis papeles para cada curso) todas las tareas que compartimos en aquellos días y todas tienen fecha.
Durante la pandemia mi mamá y yo desarrollamos un sistema de mudanza e instalación de mi parte a su casa completamente estéril donde ella y su nana de treinta años vivían confinadas. Yo, igualmente confinada, recibí autorización para estas mudanzas. En aquellos días que discurrían entre ratos de ocio y otros de trabajo surge, entre las tareas, aquella de organizar un poco los archivos de mi mamá.
Como suele suceder muchas veces, cuando se migra de una computadora a otra a veces hay cosas que se quedan rezagadas, otras que pasan chuecas y bueno, no todas las migraciones son cien por ciento completas, especialmente si empezamos con una computadora de aquellas que funcionaban con diskettes y otros atrasos.
A favor de mi mamá tengo que decir que ella cada vez que produce un texto o lo corrige o lo vuelve a corregir, lo imprime. Y lo imprime porque no confía en su destreza para grabar archivos. Tomamos pues textos impresos, textos en el disco duro, otros en USB y fuimos organizando todo. Pasado un tiempo ¡voilá! Había un libro en ciernes. ¿Y, qué hace uno con un libro en un archivo de computadora? Pues se contrata a una diseñadora y se arma un libro. Otro día les cuento los ires y venires de este proyecto. Hoy solo felicito a la señora con las uñas pintadas de rojo.
Carmen de la Guardia Abadía, autora de Sola en Bella Vista y otros cuentos.