No es secreto que tanto mi esposo como yo hemos sido “padres perversos”, de esos que amenazan con castigos y castigan, pusimos reglas y en casi todos lo casos (porque perfectos no somos) las hicimos cumplir; fuimos frugales con nuestros regalos, jodimos mucho con la educación y, en general, no entramos en la categoría de “mejores amigos” de nuestros hijos. Tenemos muchos, así es que no podíamos darnos el lujo de vivir en medio de un desorden total.
No fue fácil, lo acepto, pues cada castigo de un hijo resulta en un castigo para los padres, y decir que no a solicitudes descabelladas solo “porque todos mis amigos lo tienen” tampoco. Pero se puede. Ahí anda uno con una cantera en el corazón, pues no niego que cuando ponen cara de perro arrepentido a uno se le puede suavizar la voluntad, pero con un poquito de práctica se logra.
Gracias a Dios no caímos en la trampa de querer dar a nuestros hijos todo lo que nosotros no tuvimos. Más bien -por venir ambos de familias muy grandes en las que todo se entregaba con moderación- sentimos que nos hizo bien ese compartir momentos en familia, más que tener cosas. No recuerdo jamás haberme aburrido, y créanme que la diversión era responsabilidad de cada uno. Así pues, el músculo de la imaginación creció y se fortaleció a medida que fueron pasando los años. ¿Será por eso que todavía puedo contarles a ustedes alguna locura cada semana?
Me sucede que muchas noches, al acostarme, luego de haber tenido que ser testigo de todo lo malo que pasa en el país, me pregunto: ¿Cuándo será que los dirigentes –que para los efectos prácticos son como los padres– entenderán que no se puede seguir malcriando al pueblo? Que hay que darle a la gente herramientas y no todo en bandeja de plata, o más bien en batea, porque seguramente aquí ya la plata se debe estar terminando de tanto regalar.
Si nuestros padres hubieran gastado sus recursos económicos comprándonos todas las muñecas que pedimos o una bicicleta nueva cada año a cada hijo, en lugar de comprar una para el que había crecido y heredar la que dejaba al que seguía, como hacían también con los uniformes escolares, con los libros (que no podíamos dañar ni llenar de grafiti) e incluso con la ropa, seguramente no les habría alcanzado para pagarnos un buen colegio privado y más adelante la universidad.
Si mi padre no me hubiera ordenado buscar un empleo apenas terminé el primer semestre de universidad porque le parecía que tenía mucho tiempo libre, no sabría lo maravilloso que se siente cumplir con muchas responsabilidades a la vez y hacerlo bien. O quizás me hubiera tomado muchos años descubrir de lo que soy capaz.
Me duele ver cómo cada día la educación y la salud, que son las dos mayores responsabilidades de un gobierno hacia su pueblo, van de mal en peor. Si fuera por mí, en este país solo se regalaría una buena educación. De esas que alguna vez hubo. De esas que impartían “maestros y profesores perversos”. De esas que exigían a sus alumnos tareas que no fueran producto del copy/paste, más que uniformes con flecos y charreteras para los desfiles; añoro los tiempos en que con tres fracasos se repetía el grado y una beca era un privilegio exclusivo de los buenos alumnos.
Estamos en el siglo XXI, el asistencialismo y el populismo hace años pasaron de moda. No entiendo por qué en Panamá estamos al día con todo, menos con eso.