Empieza una canción de Serrat cuyo nombre es Entre un hola y un adiós, pero para mí siempre será Te sienta bien el otoño pues es una frase que me resuena en la cabeza, aunque no esté escuchando la tonada. Quizás porque me fascina el otoño. Eso ya lo saben, pues se los he contado muchas veces. Lo siento, pero no me canso de repetirlo.
La canción es sobre aquel chico que secretamente se enamora de una muchacha que jamás se entera de que le quita el sueño. Seguro ustedes conocen alguno como él o ella, pues esos enamoramientos ocurren en ambas direcciones.
Independientemente de la letra en cuestión, el otoño es para mí una estación especial a pesar de que en Panamá no se disfruta en todo su esplendor como ocurre en aquellos países donde el clima cambia de muy caliente a templado y luego a muy frío para dar paso, un buen día de mayo, a la irreverente primavera.
En el universo de las estaciones favoritas, la primavera suele ocupar, para muchos, el primer lugar. La explosión de flores por doquier no puede menos que atraer la vista de la colectividad, un poco como la chica de la canción, esa bonita, esa que todos desean. Sin embargo, recordemos que a la hermosura de las flores debemos sumar las lluvias que anuncian su llegada, que comparo con la indiferencia de la niña bonita.
El otoño, por su parte, llega sereno, majestuoso, imponente, con el aplomo de quien ha vivido mucho y sabe de dónde viene y para dónde va. Quizás me gusta más que la primavera porque son esos colores, que me recuerdan la solidez de la tierra, los que llaman mi atención, más que los rosados pastel y otros por el estilo. Y, claro, entramos en el debate aquel de que el otoño es preámbulo de la muerte que llega con el invierno, pero ¡vamos… invierno es invierno y por qué le vamos a echar la culpa de su desolación al otoño!
E hilando más delgado, quisiera comparar mi estación favorita en la naturaleza con la que ha resultado también mi predilecta en la vida, porque volver a los dieciocho ni por un millón de dólares. Alguna vez pensé que los treinta-cuarenta (la primavera) serían mis preferidos, pero… ¡no señor, tampoco!
Es este otoño glorioso, el que amo. Y lo amo porque no tengo que preocuparme por delicadas flores y otros detalles. Lo amo porque sé que mi tronco —y el de mis amigos otoñales— es robusto y sólido y me sostiene en las tormentas y ventoleras. Lo amo porque comprendo que habrá inviernos, sí, pero serán solo ratitos para que, con el adormecimiento de la temporada, recuperemos fuerzas para volver a lucir hermosos.
El único problema es que no he logrado descifrar aun cuánto durará este amado otoño. En el siglo XXI parece que muchos años, pues los seres humanos hemos decidido envejecer más lentamente. No estoy segura si es un estado mental o si la ciencia nos da herramientas para enderezar lo que se va torciendo con el tiempo. Quizás es una combinación de ambas cosas. Voy a poner una llamada en mi calendario del 2040 para volver a deliberar sobre el tema y ya les contaré. ¿Ven como esto es un asunto de optimismo? Y reitero a esa divina población que ya cruzó la barrera de los sesenta que a todos “les sienta bien el otoño”.