El otro día estuve por la farmacia comprando unas medicinas y delante de mi había una señora haciendo lo mismo. La “Licen” le preguntó que si quería que le escribiera las indicaciones y ella contestó que sí.

La farmaceuta caminó hacia atrás, se plantó frente a la pantalla de una computadora y en menos de lo que se persigna un ñato sacó la etiqueta con las indicaciones, la pegó en la caja o botella, no recuerdo y listo.

Mientras ella escribía y yo miraba, porque soy mirona, se me vino a la mente aquel tiqui, tiqui, tiqui de las mini máquinas de escribir que mantenían en todas las farmacias para hacerle el favor a los clientes de “traducirles” la jeringonza que habían escrito los médicos en el papel que les entregaron con la receta.

Los farmaceutas no solían escribir como las secretarias, es decir con todos los dedos correctamente colocados sobre el teclado, sino más bien como los escritores famosos que picotean la máquina de escribir con uno, o máximo dos dedos, y a pesar de que el sistema podría parecer ineficiente producían páginas enteras de textos sobre vidas inventadas en muy corto tiempo.

A mi me parece recordar, y digo me parece, porque no necesariamente era realidad, que la producción de etiquetas no era tan rápida como la de libros ganadores de premios, pero salían. Como las maquinitas eran de esas que usaban rollos de tela entintados para marcar las letras, podía ocurrir que estuvieran agonizando y los textos salieran ligeramente mutilados. Le podía faltar una patita a la A o la mitad a la O. Y ojo, que no siempre era por falta de tinta, también podía suceder que fuera por falta de fuerza en los dedos del mecanógrafo. Este uso del masculino al hablar del mecanógrafo no es por menospreciar al sexo “fuerte”, sino porque en aquellos días el 99 porciento de los “Licenciados” eran hombres

Lo que me parecía —y aun me parece— insólito es la facilidad con que estos personajes podía descifrar la letra de los médicos porque, como leí hace un tiempo en un chiste, “tantos años de estudio y no les enseñan a escribir”. Lo bueno del progreso tecnológico es que muchos ahora producen sus recetas en la computadora y no necesitamos traductor.

No crean que recordé el tiqui, tiqui, tiqui de las máquinas de escribir porque tengo una memoria privilegiada, fue porque un tiempo antes de presenciar la producción por computadora me había tocado ir a una farmacia un poquito más chiquita y un poquito más remota en la que todavía las etiquetas las escriben con maquinita del siglo XX.

Para evitar tener que esperar las instrucciones empecé a apuntar lo que me decía el doctor y preparaba una hoja en la computadora en la que incluía el horario diario, de forma tal que fuese muy fácil saber qué hay que administrar a qué hora, pero de un tiempo a esta parte, incluyo las tomas en el calendario para que me pite y listo.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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