Como muchos de ustedes saben hay un personaje especial en mi vida que, a pesar de estar ya muy pero muy lejos, recurrentemente aparece y siempre llega con una bella noticia. El farmaceuta que conocí durante mi Camino de Santiago no logró vencer el cáncer y hace unos años dejó los caminos polvorientos de la Tierra para deambular por los del Señor. Su nombre: Jordi.
Resulta pues que mi calendario sigue marcando cada año su fecha de cumpleaños y también me marca el día de su santo, Sant Jordi, como le dicen en Valencia, su tierra natal. Entonces, en esas fechas, y otras que también ameritan recordación como Navidad y quién sabe cuál otra, yo suelo escribirle una notita a sus padres y a su viuda. A veces la pongo en su página de Facebook y otras les mando un correo, eso dependerá del tiempo que tenga disponible. Siempre van con mucho cariño.
Me encanta recordarlo el día de su santo, pues en ciertas ciudades/regiones de España, incluyendo la tierra de sus padres y, por supuesto, Barcelona, la fiesta se celebra con un libro y una rosa. Igualmente, el 23 de abril es en el mundo el Día del Libro.Tradicionalmente, los varones regalan a las chicas una rosa y ellas a ellos un libro. No he tenido ocasión de estar en Barcelona en la fecha que nos atañe, pero por lo que he leído me imagino que debe ser un día “fantabuloso”.
Cuentan quienes sí lo han presenciado que las calles, especialmente Las Ramblas, se llenan de quioscos en los que se pueden comprar unos y otros, y ya me puedo yo imaginar el montón de hombres caminando por las calles de esa bella ciudad con una rosa en la mano esperando llegar a las manos de su destinataria. No tiene que ser su novia, puede ir en camino a su hermana, a su madre, a una compañera de colegio, en fin, es una rosa de amor, pero no necesariamente de enamorado, aunque alguna vez así empezó la costumbre. ¡Se imaginan el Día de los Enamorados y del libro celebrándose a la vez!
De mi nota a los padres de Jordi recibo como respuesta una invitación a conocer los rosales de su jardín, de donde se preparan para llevarle la rosa que tanto le gustaba, el libro no lo necesita, ya nos dejó el suyo para siempre. El comentario surge, pues Jordi antes de caminar al otro lado, dejó un bello libro con el testimonio de su lucha contra el cáncer. Allí también un sentido testimonio de su madre, está escrito en valenciano, su lengua natal, pero cuando se lee con el corazón uno entiende perfectamente el contenido.
Luego de ese hermoso intercambio de “sentires” cerré el día muy contenta, sobre todo porque vi que aquí, en Panamá, también se hizo mención a la existencia del Día del Libro. Quisiera pensar que así como para el día de San Valentín la gente sale presurosa a gastar dinerito en chocolates, flores y otros artículos perecederos, podríamos iniciar la tradición de regalar cada 23 de abril un libro. No importa el destinatario, el asunto es que un libro cambie de manos. ¿No les parece fabuloso?
Yo, aprovechando que está en marcha el I Foro de Novela Histórica en Panamá Viejo, compré a mi nieta Victoria un hermoso libro en La Librería de Panamá Viejo, donde les comento que tienen una hermosa y amplísima colección de libros infantiles. Ahí queda la propaganda.