Hoy en Panamá celebramos el día de las madres. Es una fecha importante para todos porque, definitivamente, sin madres la raza humana habría desaparecido. Reconozco que hay todo tipo de madres y no me gusta entrar en descripciones ni categorías pues quién soy yo para juzgar a nadie, cuando estoy consciente de que en esta profesión que empecé a practicar hace poco más de cuarenta y cuatro años he metido la pata un millón de veces, por poner un número, pues bien pueden haber sido más.
Conociendo la dificultad de este trabajo saludo a todas y cada una de las madres que caminan por este planeta Tierra con todo mi respeto. Sin embargo, y aunque están en la misma categoría, me gustaría referirme a las abuelas, y ya que voy por allá, por qué no, a las bisabuelas también, ya que en estos tiempos de la longevidad, son muchas.
Y es que, las abuelas también son madres, eso no es ningún secreto, sin embargo, el distanciamiento que una generación da entre ellas y sus nietos hace toda la diferencia del mundo en la vida de los segundos. Eso no se los tengo que explicar pues todo aquel que hay tenido la dicha de conocer a sus abuelos -aun a las abuelas que pellizcaban- puede dar fe de que hay algo especial en estos seres.
Yo, conocí poco de un abuelo, en términos personales pues murió cuando yo tenía apenas diez años o así, pero su legendaria vida ha llegado a mi con mucha claridad; conviví con una abuela lo suficiente para atesorar mis propias anécdotas sobre ella y a la abuela postiza a la que llamábamos tía la tuve hasta casi la tercera edad -la mía-. De todos guardo algo importante y mi vida se ha enriquecido gracias a su existencia.
Sé que para mis hijos sus abuelos llenaron grandes espacios y tienen la suerte de que mi mamá aún los acompaña y promueve buena cantidad de aventuras familiares, que nadie se atreve a rechazar. A fin de cuentas, ocupa la posición de mando más alta en la familia. Y siempre tiene una anécdota súper divertida para compartir.
Ocurre que hace unos años me tocó llegar a ocupar esa posición y, al igual que ocurrió cuando tuve a mis hijos, llegué sin instrucciones. Y así va uno, un poco a ciegas y un poco de oído, tratando de cumplir con tan vital función. Lo primero que descubrí es que aquella frase tan trillada de que los padres son para educar y los abuelos para consentir, no es tan cierta como nos quieren hacer ver pues resulta falso que podemos ver a los nietos hacer desastres y no llamarles la atención.
Además, ocurre que hay muchos padres que implementan reglas muy estrictas -lo cual está perfecto-, pero hay que respetarlas cuando nos prestan a los chiquillos y quedamos un poco atrapados entre la ´abuelazón´ y el deseo de que nos los vuelvan a prestar.
Sea como sea, las abuelas son seres especiales y se merecen en el día de hoy miles de abrazos.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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