Son las seis de la mañana y llevo rato dando vueltas por el planeta Tierra. Bueno, por la parte que corresponde a mi radio de acción. Es normalísimo para mí haber concluido varias actividades a esta hora. Y si estoy en el interior como ahora mismo, entonces deambular al amanecer es un verdadero placer pues me deleito con el canto de las aves mañaneras que siempre me ha parecido sencillamente celestial. Quizás cuando los gallos me despiertan a las tres de la madrugada no lo disfruto tanto, pero incluso a ellos los perdono.
Envío un mensaje a una persona con quien debo comunicarme para una consulta pues, como se imaginan, no puedo llamarla por teléfono a esta hora: no es una hora decente. Es decir, en el universo del resto del mundo las seis de la mañana constituye aquel momento del día en que todavía se está planchando oreja. No lo estoy criticando. Me queda muy claro que todos tenemos un biorritmo diferente y eso hay que respetarlo. Quienes viven en un cuerpo que se rehúsa a funcionar antes de cierta hora no tienen más remedio que obedecer su mandato. De otra forma no todo sale mal.
Ocurre lo mismo al final del día. Crecí con la regla inamovible de que “uno no llama a una casa después de las nueve de la noche”. Me parece gracioso decir que uno “no llama a una casa” puesto que pocos sabrán lo que eso significa. Son pocas las personas que tienen un teléfono fijo en su residencia pues las comunicaciones han migrado hacia los celulares por lo que uno llama directo a una persona. Así pues, la frase correcta en el siglo veintiuno sería “uno no llama a nadie después de las nueve de la noche”.
Pero como todo lo tecnológico ofrece siempre una salida alternativa, ocurre que si entramos en el horario de las “horas no decentes” mandamos un chat al susodicho preguntando “¿te puedo llamar?” o más sutilmente “avísame cuando puedas hablar para llamarte”. De esa manera abrimos la puerta a la llamada a deshoras.
Como soy como soy, siento un deseo incontenible de enterarme cómo, por qué o de dónde proviene la frase. Me paso un rato deambulando por Internet y aprendo un millón de cosas sobre la palabra hora y sus orígenes y me causa gracia que ninguno de los significados consignados en el RAE para decente (así como por usar el apodo cortito para Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española) parece llevarse bien con hora. Pero, a fin de cuentas, eso no tiene mucha importancia pues todos sabemos qué es una hora decente para todo.
Por ejemplo, los padres de adolescentes pelean para que se levanten de la cama (o regresen a ella) a una hora decente y uno alguna vez soñó que al novio le diera por marcar su número antes de la parranda y no después, es decir, a una hora decente. Y no ha faltado quien mate por salir de su oficina a una hora decente. Esto me lleva a pensar en el variado significado de temprano. Palabra que ya no uso porque he comprendido que poca gente la entiende igual que yo. Invitas a una reunión temprano y el interlocutor contesta “okey, ¿nueve, nueve y media?” Lo dejo ahí.