El día que me han asignado en la revista Ellas como límite para enviar mis artículos es el jueves. No el día antes del viernes, sino una semana antes de la fecha de publicación. Bien. Eso no significa que debo esperar hasta ese día para enviarlos, esa es, sencillamente, la fecha tope. Trato, en la medida de lo posible, de enviarlos antes, pero no siempre la vida es suficientemente generosa conmigo como para permitírmelo.
Hoy miércoles, estoy llena de motivos —y falta poco para el deadline— así es que me he sentado frente a mi maquinita a escribir mi texto. Pero, me ha caído la teja de que en pocas horas me tocará vacunarme. Específicamente mañana jueves a las siete de la mañana. Frente a eso pensé: quizás, lo más conveniente sea documentar la tan esperada experiencia. ¿Quién iba a decir que uno algún día tendría tantas ganas de que lo puyaran?
Honestamente, no le tengo miedo ni a los médicos ni a los hospitales ni a las inyecciones ni a nada relacionado con la salud pues de niña visité tantos y tan seguido (médicos y hospitales) que se volvieron parte de mi vida. Ya les he dicho antes, que no sé cómo se siente un dolor de muelas el cual se publicita como el peor que existe, pero si puede hablarles de dolor de oído y reto cualquier día a una muela a un combate cuerpo a cuerpo. Estoy segura de que el dolor de oído, como el chile habanero, aparece de primero en la escala.
Pero con miedo o sin él, debo confesarles que la idea de salir a vacunarme me tiene con mariposas en el estómago. ¿Saben cómo? Como cuando el chico que te gusta te agarra la mano por primera vez o te saca a bailar y te aprieta un chín más de la cuenta. Porque seamos honestos luego de un año de encierro —casi perfecto— ponerme el traje de astronauta y entrar a un lugar donde habrá otros seres vivientes, pues… se siente emocionante.
Y, solo pensar que este prolongado encierro tiene posibilidades de volverse menos estricto transcurridas las seis semanas que indican que uno debe seguir en un encierro similar —cuatro para recibir la segunda dosis y dos más para que la vacuna esté activa en todo su esplendor— me hace muy feliz. Pensando en todo esto me detuve pues, si les voy a hablar de la vacuna, lo lógico es que espere a que llegue y luego les cuente. Aquí dejo este texto hoy miércoles.
Y llegó el jueves, y me levanté más temprano de la cuenta como si fuera el primer día de clases de sexto año y estuve lista mucho antes de la hora en que debía presentarme al centro de vacunación y, por supuesto, llegué súper puntual —aunque la puntualidad es una enfermedad crónica anterior a la pandemia— y todo transcurrió de maravilla.
Les comento que me fui a vacunar en el centro asignado, el día y la hora asignados. Como les he dicho antes, contribuyo con lo que está en mis manos colaborar a que las cosas discurran con orden y disciplina. La vacuna no dolió y llegando a casa pues a restregarse igual que restregamos las piñas cuando llegan de Merca Panamá con agua y jabón. Me he robado el jueves para ver si llegado el viernes se desarrollaba algún síntoma y nada. Ni fiebre ni dolor de cabeza ni el brazo “manqueado”, nada. Suerte la mía.
Ahora solo queda seguirme portando bien porque ya sabemos que la primera dosis ofrece algo de protección más no el porcentaje al que aspiramos y así como decía siempre mi papá “muerto por mil, muerto por mil quinientos” y luego de un año de encierro ¿Qué serán seis semanas más? Nada.