Desde que nuestra promoción se graduó de secundaria en 1973 (algún día hay que confesar que se tienen muchos años), hemos tratado de mantenernos en contacto. Inicialmente, hacíamos una reunión cada cinco años para ver a todo el mundo, mientras que siempre se mantenía algún contacto con aquellas que se generó una amistad más profunda.

A decir verdad, hemos sido un grupo bastante unido, a pesar de que en quinto año se daba la separación entre Ciencias, Letras y Comercio, lo que hacía que uno se pasara los dos últimos años con un grupo específico, en algunos casos más grande y en otros más pequeño. Daba la impresión de que era con dicho grupo que uno forjaba las amistades más duraderas, pero no veo por qué, puesto que 10 u 11 años deben pesar más que dos.

En los últimos años, y creo yo que se debe a la libertad adicional que estamos disfrutando llegada la tercera edad, hemos logrado vernos más. A veces incluso una vez al mes o cada dos meses cuando se logra reunir a las que puedan para celebrar algún cumpleaños u otro evento. Es una delicia. Hablamos de nietos sin la preocupación que sentíamos cuando hablábamos de hijos (porque, claro, los responsables del bienestar de dichas criaturas son sus padres), a veces soñamos con viajes y en otras ocasiones logramos irnos de viaje.

Todo es muy informal y al estilo “como cayó, quedó”, sin estrés, sin compromiso, solamente disfrutando de la compañía de la que pueda cuando pueda. Yo soy de las que menos puedo, pero de vez en cuando logro colar un almuercito o un viaje entre todo lo demás que ocurre en mi vida. ¡Lo agradezco tanto! A veces incluso pienso que lo agradezco mucho porque es como un pequeño premio que logro darme.

Tengo la manía de sacar cuentas y ni sé por qué, pues los números nunca han sido lo mío, y con esto de los años de amistad no es distinto, sobre todo porque cuando empiezo a contar décadas con los dedos de las manos me doy cuenta de que necesito más de una para completar los años que llevamos de conocernos. Yo digo, si nacimos en 1955 -o por ahí cerca- y empezamos la escuela digamos a los 5 años, que era más o menos la media, quiere decir que estrenamos uniforme en 1960. Viajando en el tiempo concluyo que para 2020 habremos sumado 60 años de conocernos. ¡Eso es más de media vida! Es mucho tiempo.

Irremediablemente, pienso que es una grandísima bendición poder contar con personas que han caminado junto a mí por casi 60 años. Así, cuando nos reunimos, entre las conversaciones de temas de actualidad no falta un “intercalado” de algún recuerdo viejo, el cual generalmente vamos armando entre todas. Una se acuerda de los involucrados, otra del momento, la de más allá de las consecuencias, y siempre está la que corrige detalles provistos por las tres anteriores. Es un juego harto divertido.

Estos años no han pasado faltos de tristezas, pues así es la vida. No regala solo alegrías. Sin embargo, sean grandes o pequeñas dichas tristezas, creo que siempre alguno de nuestros ángeles en la tierra ha estado presente para ayudarnos a superarlas. Veo esta amistad como el juego del yoyo, ocasionalmente el chéchere está al final del hilo durmiendo por lo que parece ser una eternidad, otras veces da vueltas como loco, pero al final, siempre, siempre, siempre regresa a la mano y comprobamos que nos pertenece.