Sé que alguna vez les comenté que ante ese don o maldición de recordar todo lo vivido hasta hace cuatro o cinco años con prístina claridad, una amiga me dijo “lo que pasa es que tu has caminado por la vida con los ojos abiertos”. Le acepté el comentario pues me pareció tremendamente válido. Es cierto que presto atención a lo que ocurre a mi alrededor y quizás por eso logro convocar las memorias con relativa facilidad.

Cada día me cuesta más revivir eventos vividos y entre más recientes, más difícil. Yo suelo contestar a la gente que se asombra de cuando traigo a colación algo que me ocurrió a los cinco años que esto se debe a que a esa edad yo tenía buena memoria y ya no tanto. Estoy convencida de que es así pues si a las doce del día me preguntan qué llevo puesto no les garantizo que pueda listar lo que luzco.

Sin embargo, a pesar de que las neuronas van muriendo paulatinamente, limitando así mi capacidad para evocar vivencias, lo de “fijona” no se me ha quitado y probablemente sea, de ahora en adelante, mi tabla de salvación ante el envejecimiento que se asoma a toda velocidad.

Esto es especialmente cierto cuando estoy en un grupo grande y más todavía cuando me muevo entre personas recientemente conocidas. En estas situaciones por lo general permanezco muda por largo rato, tanto así que muchas veces llama la atención de quienes me rodean. Y no es porque me molesta el ruido pues siempre he podido manejarlo bastante bien, sino porque necesito “separar” las voces para penetrar en aquellos personajes que se me están presentando por primera vez.

Igual me ocurre cuando estoy en algún sitio desde donde puedo ver la vida pasar. Y esto puede ser en la sala de espera de un consultorio, en un auto mientras otra persona maneja, caminando de un lugar a otro por nuestra inhóspita ciudad, disfrutando de un almuerzo o cena entre amigos, en fin, situaciones que propicien la observación aguda hay muchas, es cuestión de saberlas aprovechar.

Me imagino que eso es un poco lo que les ocurre a los buenos fotógrafos. Son capaces de extraer medio mundo y un sentimiento y plasmarlos en una sencilla imagen. Y quizás por eso es que los buenos escritores nos hacen reír y llorar entre comas y puntos y comas.

Yo no sé por cuánto tiempo más podré disfrutar de la buena memoria, pues como ya les comenté, la veo desaparecer a cada rato. Cuando eso ocurre me digo a mí misma que “presta atención, pon ´cuidao´, te distraigas” porque si andas por la vida “pensando en las musarañas” te convertirás en una vieja sin cuentos y eso si sería una tragedia espantosa.

Se imaginan… llegar a la edad en que ya no podremos subirnos a un “palo” a recoger mangos, ni saltar soga, quizás hasta nos cueste recoger los jacks de dos en dos y, de jugar barajas ni hablar, porque eso ni de chiquita lo supe hacer y que además no tenga un cuento divertido para compartir, y si es de la vida real tanto mejor, eso, mis amigos, me haría llorar.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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