Hace poco me llamaron para una entrevista y entre las preguntas que me hicieron estaba ‘¿qué libro podrías leer varias veces sin aburrirte?’ No dudé ni un segundo en responder pues, aunque nunca he ido en persona, cada diez años visito sin falta las Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, tanto el libro como los páramos donde Heathcliff y Catherine se odiaron primero y luego se enamoraron, se volvieron a odiar y al fin sus almas se volvieron a encontrar… quién sabe.
Quiero que sepan que yo misma me pregunto en qué se basa la atracción fatal que tengo con esta novela. En los casi cincuenta años que han transcurrido desde la primera vez que la leí, todavía yo misma no tengo conclusión. Es una historia desgarradora de amores imposibles, bellos por momentos, pero siempre tormentosos. Muy parecidos a los inhóspitos páramos en que siempre hay una tormenta en ciernes, un cielo oscuro y un viento más frío de la cuenta.
A veces pienso que ver al señor Earnshaw llegar con este bulto embolillado en el abrigo, sucio, muerto de hambre, de procedencia desconocida, piel morena e instantáneamente despreciado por todos en la oscura casa, inevitablemente causan que el lector de alguna manera sienta que Heathcliff es una víctima y, por consiguiente, hay que quererlo un poco a pesar de su terrible carácter. ¿Será hijo del señor Earnshaw? Nunca se supo. ¿Gitano, moro? Tampoco se aclara. Lo que sí vemos es que poco a poco Catherine, con su extraña manera de querer, se hace su amiga.
Pero este libro, a pesar de ser una historia de amor, no es es una tierna historia de amor, no señor. La gente va y viene de los parajes en los que se desenvuelve la acción y cuando se va nadie sabe ni adónde ni para qué. Es solo cuando están entre Wuthering Heights y Thrushcross Grange que conocemos de su existencia. La primera una casa oscura, rústica, sus habitantes poblados por sentimientos de opresión, rabia y venganza.
The Grange, una especie de paraíso social. Confieso que da pereza. Demasiado perfecto para ser real. Allí concluyo que la gente huele a colonia y los vestidos no se rasgan entre la maleza del páramo. La granja de los Linton debería gustarnos mucho más como destino que la de los Earnshaw, pero como he dicho, luce un poco falsa. Y no puede uno evitar preguntarse en qué punto convergen “el bien” y “el mal”, porque de que se quieren, se quieren.
Heathcliff, ese que a pesar de su maldad seguimos queriendo, eventualmente se cansa de su afán de venganza y lo único que quiere es que el fantasma de su amada Cathy lo venga a buscar. ¡Pobre! Si tan solo lo hubieran querido un poco.
Lo interesante es que estos personajes que nacieron en el siglo XIX de la pluma de una jovencita que solo conoció los alrededores de la región de West Yorkshire donde vivían ella y sus hermanas, huérfanas de madre y con su padre que era un pastor anglicano hayan pervivido hasta nuestros días. Y no como cualquier personaje de cualquier novela sino como íconos de personalidades atormentadas que muestran características que se siguen analizando y desmenuzando. Ya ven por qué me está llegando la hora de irme nuevamente a las Cumbres Borrascosas.