No imaginan cuántas promociones me llegaron por el Día de la Mujer, que acaba de pasar. Lo más probable es que ustedes también las recibieron. Que si corte de cabello con descuento; dos por uno en café para compartir con una amiga y hasta precio especial para hacerme unos laboratorios de sangre. ¿Y saben qué? Aproveché uno. No fue el de los laboratorios.
Mis tías, varias amigas y un chorro de conocidos me mandaron por Whatsaap cuánta estampita digital encontraron para felicitarme, honrarme y conmemorarme por ser mujer. Yo, hasta donde pude, les agradecí y a las que me felicitaron las felicité.
Ahora, hasta aquí, quienes deseen ya pueden empezar a criticarme por celebrar, ¿qué hay que celebrar? (tono de indignación y cara de puño), el Día de la Mujer. Qué me pasa. Acaso se me olvida que en el mundo hay millones de mujeres que son obligadas a casarse siendo niñas, esclavizadas, lapidadas por crímenes de honor y víctimas de trata de persona.
O será que se me olvida que todavía en Panamá no ha habido una mujer rectora en la Universidad de Panamá. Tampoco una directora en el Hospital del Niño. No hay casi mujeres en la Asamblea Nacional y todavía hay instituciones, gremios y organismos que ya van para cien años de vida, pero nunca ¡nunca! han tenido mujeres a la cabeza.
El Día de la Mujer es una fecha agridulce.
Hay muchos pendientes. De todos los tamaños.
Basta con mirar alrededor. Allí están todas las mujeres que cargan con las tareas del hogar y del cuidado. Y cuando no lo hacen, otras se lo reclaman. Y no, no me vengan con que las mismas mujeres están contra ellas. El problema no es ‘de las mujeres’, es que vivimos en un sistema desigual. Ese sistema es el que hay que cambiar.
La lucha por los derechos de las mujeres, que son de todos, hay que hacerla en la calle, en las juntas directivas y en las universidades, pero también en la casa que es donde se siembra, desde la infancia la desigualdad: Donde hay cosas de niños y cosas de niñas. ¿Cómo puede ser que preparar la comida -si todos comemos- es cosa de niñas?, ¿Cómo puede ser que limpiar la casa -en la que todos vivimos- es cosa de niñas?
Por otra parte, hay quienes han decidido que la lucha de las mujeres es contra los hombres. Y usan ese argumento para descalificarla.
De las mujeres se ha dicho tantas veces que son, somos, brujas, chismosas, inconstantes, problemáticas. A la vez, en muchas culturas, tener una hija mujer es un castigo, cuando no una maldición. No veo por qué no aprovechar el 8 de marzo para darnos un espaldarazo y recordarnos que no hay nada de qué avergonzarse en ser mujer.
Pero la lucha debe seguir.
En el Día de la Mujer: ¿celebrar o pelear? Las dos.