Hace dos semanas nos fuimos por cinco días a Medellín.

Desde octubre ya sabíamos que iríamos. No solo por estar cerca, que era algo importantísimo en el primer viaje de bebé, sino también por todo el movimiento cultural y social de aquella ciudad. Teníamos otras opciones como Cartagena y Bogotá. Incluso Boquete.

Pero nos dimos cuenta de que dentro de la transformación de Medellín había cosas que podían ser disfrutadas por bebés pequeños.

Después de escoger el destino, nos tocó los preparativos del viaje. Nos quedamos en las afueras de Poblado, que vendría a ser el área de bares y restaurantes. Al quedarnos en la periferia de aquel barrio, no nos tocó el escándalo, y apenas caminábamos 15 minutos y ya estábamos en el metro o en un restaurante familiar.

Teníamos que escoger entre alquilar un apartamento o un hotel. Nos fuimos por lo primero por la comodidad de bebé, a quien le cocinamos desayuno y cena en el apartamento. El lugar, por suerte, era muy cómodo y con pocos chécheres, lo que facilitaba que bebé anduviera suelto. Además, los dueños habían vivido allí con un bebé y la ventana principal tenía una malla, así que siempre tuvimos la ventana abierta y Coné disfrutó de todas las escenas de la calle del frente, principalmente todo el movimiento de un puesto de empanadas que estaba lleno desde las 4:00 a.m. y que bebé no podía parar de ver. Un día que fui a probar a ver por qué estaban tan llenas, el hombre me preguntó que si el bebé que estaba asomado saludando era mío, y que parecía un niño muy observador. En otras palabras, un vidajena.

En el vuelo de ida, él tenía sueño así que se puso en modo necio hasta el infinito e insistió en tocar los botones que están arriba de los puestos. Y como no lo dejamos, lloró cual niño maltratado. Hasta que se durmió. En el de vuelta, durmió casi los 45 minutos de vuelo.

El primer día caminamos por el barrio con bebito en el coche y estuvo muy tranquilo. Al día siguiente, estuvimos casi todo el día en el Parque Explora, donde Coné se maravilló con el acuario, la sala infantil, la exhibición de dinosaurios y los salones con incontables interacciones. Después rematamos con el parque de los deseos, que queda al frente y tiene una parte de arena en la que bebito, descalzo, corrió desquiciado y feliz.

El día siguiente fuimos al zoológico. Allí Coné pudo ver por primera vez leones, tigres de bengalas, un cóndor y vacas. Después nos movimos al parque de los pies descalzos, donde bebito volvió a correr como un desquiciado, y terminamos en la plaza Botero. El cuarto día se lo dedicamos al parque Arví, un parque natural en la cima de las montañas que forman el valle de Aburrá. Para llegar hay que viajar por el metrocable y arriba, después de 45 minutos de trayecto sobre las comunas populares, el verde invade todos los espacios. Esta fue la única vez que no tuvimos calor, pues por esta época el clima es bastante parecido al de Panamá y nunca utilizamos los abrigos y pantalones largos que le habíamos llevado a bebé.

El viaje fue un éxito. Bebito recibió estímulos muy buenos, pero lo que más disfrutó fue que su mamá y su papá se entregaron a su disposición todos los días. El pequeño tirano se rió muchísimo y estuvo muy cariñoso con ambos. El primer lunes después del viaje, bebé no hizo otra cosa que preguntar por su mamá. O por teta, como le dice él, pero eso será tema de la próxima columna.