Creí, al principio de la aventura, que el viaje sería descanso puro, relajamiento total, disfrute al máximo. Y aunque sí lo fue, extrañé a bebito la semana entera que estuve fuera del país.

Resulta que mi novia tuvo que viajar hacia Las Vegas y yo decidí acompañarla. Habíamos tenido muy poco tiempo en pareja desde que nació bebito y pensé que esta era una gran ocasión para hacer algo juntos.

Coné se quedó en mi casa bajo el cuidado de mi suegra y una amiga de ella, además del apoyo de mi mamá que fue todos los días a colaborar. En otras palabras, un cuidado a seis manos, sin contar las de mi abuela y mis tías que también recibieron su dosis de criatura durante esos días.

Desde el primer día comenzó la nostalgia. El vuelo era con conexión en un aeropuerto con internet público, por lo que toda la escala sirvió para pedir fotos de bebito. Ni hablar cuando llegamos al hotel e hicimos hasta videollamada.

Los cinco días que estuvimos juntos mi concubina y yo fueron con esa dinámica. Los dos despertábamos a mitad de la madrugada buscando ese pequeño bultito tibio que siempre está en medio; ambos nos poníamos melosos en la mañanita, cuando bebé se despierta en el mejor humor posible y quiere jugar. Era extraño volver a la habitación y que nadie nos recibiera con alegría superlativa; pero, sobre todo, extrañábamos su risa, sus gestos, sus pinitos, cuando gatea detrás de nosotros, cuando mira el agua de la ducha que cae sobre su cabeza, cuando nos llora.

En total, hicimos como 20 videollamadas. A bebito le importaba un comino. No sé si es que estaba bravo o entretenido en otra cosa. Pero no nos sonreía ni un poquito. Y eso nos causaba mayor tristeza, pues lo entendíamos como que estaba bravo, que lo habíamos dejado abandonado y ahora no quería saber nada de nosotros.

Mientras sufríamos, él vivía feliz, según nos enteramos. Jugó mucho, comió mucho, durmió mucho y hasta paseó. Fue a un cumpleaños en un centro comercial y regresó con mochila, juguetes y dulces.

Cada foto que nos enviaba mi suegra o mi mamá era el comienzo de una crisis de nostalgia. De repente estábamos en una reunión y yo le mostraba el celular a mi novia y nos quedábamos allí, ensimismados, observando a la criatura.

Y entonces llegó el peor momento para papá. Mi novia se regresaba y yo me quedaba. No fue porque así lo planeáramos, sino que yo compré el pasaje después que ella y me salía $400 más barato quedarme dos días más. Así que me tocaba enfrentar solo la cabanga por bebito.

Me cambié a un hotel más barato, en las afueras de Las Vegas, y sentí la soledad. Mi novia ya estaba con Coné, abrazados, calientitos, sabrosos. Ella llegó tarde por la noche, así que él estaba dormido. Se levantó y se pegó a la teta como si siempre la hubiese tenido allí. Fue al día siguiente que captó que su mamita había vuelto. Sonrió mucho y se pegó a la teta como si no hubiera mañana. No quería soltar a mamita. Era puro amor y regocijo.

Yo, en cambio, que si bien había descansado y había conocido lo más posible, ya quería volver. Extrañaba a mi chichito. Mi vuelo fue eterno. Salí a las 6:00 a.m. de Las Vegas y llegué a las 11:00 p.m. a Panamá. Al llegar a casa, bebito estaba dormido.

Al rato se despertó, lo cargué y lo consolé, pero, al igual que sucedió con la mamá, no se dio ni cuenta de lo que pasaba. No fue hasta la mañana siguiente que al verme se puso alegre, al mismo tiempo que me sometía a manotazos. Desde entonces, lo he sentido más apegado a nosotros dos. Durante el día, que estamos solos él y yo en casa, no quiere que me le despegue, quiere que esté muy cerca mientras juega. Dice mi novia que es porque está aprendiendo a caminar y durante esa etapa se ponen lloroncitos. No lo sé. Lo que sí sé es que ya planeamos un próximo viaje ella y yo, y esta vez nos llevamos a bebito. A gozar los tres.