La paternidad es un trabajo físico. Más ahora que bebito tiene año y medio y se siente escalador. Se sube a la silla, a la mesa, a la mecedora, al sillón, al mueble del microondas, al librero, al escritorio. En fin, donde pueda subir, trepa.
El cansancio de evitar que se suba, o bajarlo nos trae de un ala. Tanto a mí como a su madre. Por eso planeamos irnos a un hotel playero todo incluido y desconectarnos un poco. Dedicarnos a bebé para llevarlo al mar, a la piscina y a comer. Disfrutar un poco.
Y arrancamos. Nos fuimos un jueves por la tarde. Llegamos casi por la noche al hotel, por lo que aquel primer día no hubo piscina ni mar. Apenas si fuimos a comer y Coné, no sé si consciente de que era bufé, comió como si nunca lo hubiéramos alimentado.
Esa noche nos dimos cuenta de que somos muy despistados. Se nos quedaron los biberones, los pañales para el agua, llevamos pocos pañales de los normales, se nos quedó el gotero de una medicina, olvidamos el jabón para la criatura, al igual que su toalla.
Esa primera noche, bebito tuvo que tomar su leche con un vaso de carrizo. Al principio como que no le gustó, pero se dio cuenta de que era la única opción.
Al día siguiente, apenas despertamos, fui a una farmacia cerca del hotel. Miento, primero desayunamos y entonces fui a la farmacia. Prioridades claras. Allí compré todo menos pañales, porque en ese momento no sabía que no serían suficientes, me sentía confiado de la cantidad que había en la maleta especial de Coné.
Primero fuimos a la piscina y bebé fue feliz. Corrió en la parte llana y flotó en la parte más honda. Como no podía ser de otra manera, pidió a la mamá que le diera teta en mitad del agua. Cuando tiene nuevas experiencias de vida, pide teta. Es como que esas nuevas dinámicas no están completas para su registro si no chupa su fuente de confort.
Volvimos y bebé tomó su siesta. Durmió bien, hora y media. Estaba cansado después del trajín de la piscina. Al despertar, vino otra nueva experiencia para él. Como estas eran vacaciones para nosotros, pues también para él. Así que le pusimos televisión. Y estaba maravillado, viendo a la cerdita con su familia de cerdos. Y para rematar, yo había comprado un chocolate en la farmacia, y el muchacho se puso necio que quería. Y como eran vacaciones, por qué no. Comió chocolate como si no hubiera un mañana. Quedó todo embarrado, mientras seguía viendo la televisión.
Después de un rato lo llevamos a la playa. Ya el sol estaba ocultándose, así que bebé corrió con libertad. Quedó encantado, principalmente por la arena. Escarbó, caminó, se revolcó. Después quedó feliz con la sensación de las olas rompiendo en sus pies. Las miraba y también al horizonte, ido, contento. También le gustó mucho colectar conchas. Las tomaba y me las daba para que se las guardara. Pero lo que más le gustó fue conocer a una muchacha que tomaba el sol. Se acercó, le sonrió y la saludó. Ella le dio la mano para invitarlo al mar, pero él no aceptó. De lejos mejor, parecía decir.
El sábado después del desayuno, volvimos a la piscina para el deleite de bebé.
Cuando lo íbamos a cambiar para regresar a la ciudad, nos dimos cuenta de que no habíamos llevado los pañales necesarios. Así que nos tocó ponerle uno de los especiales para el agua comprados en el hotel. Pensamos que habíamos resuelto bien, hasta que en mitad de camino nos dimos cuenta de que esos pañales no aguantan casi nada. Y nos dimos cuenta por las malas. Casi una piscina de pipí. Meados pero felices.