A Lorenzo le encanta esconderse debajo de las sábanas. Apenas escucha la llave en la puerta, corre como un desquiciado a ocultarse. No es que se esconde muy bien que digamos, pues siempre queda un bulto allí a simple vista, y encima se asoma y hasta habla. Lo hace porque uno de sus juegos favoritos es sorprender. La idea es que uno pregunte dónde está él, qué se hizo y demás trámites, y Lorenzo, después de contar hasta tres en voz alta, salta feliz a asustar.

Pero, ay de que uno no se asuste lo suficiente, o de que lo descubran antes de su brinco estelar. Se frustra. Muchísimo. Llanto, descontrol. Berrinche. Es algo que hemos abordado varias veces, sobre cómo debe manejar esa frustración y aunque si bien todavía se descontrola un poco, cada vez lo maneja mejor.

No es que haga mucho berrinche tampoco. Casi nunca. Desde sus primeros episodios, lo calmamos conversando y reflexionando al respecto, ayudándolo a entenderse mejor para manejar sus frustraciones. Y un poco a eso es lo que le hemos apostado desde que apareció la criatura en nuestras vidas, a educar a Lorenzo a través del sentido común más que en obediencia.

Dicho más sencillo: no queremos que Lorenzo sea un niño obediente. Es amable, respetuoso, cariñoso y reflexivo. Al principio fue muy difícil hacerle comprender los contextos de su alrededor, pero difícil no significa imposible. Estas conversaciones y reflexiones requieren de una infinidad de paciencia, pero han rendido sus frutos. Antes de dormir, cuando todos estamos relajados, conversamos sobre estos episodios y nos apoyamos en lecturas con mensajes que contengan alguna referencia identificable para él. Nos han servido mucho el de Pedro el Puercoespín que controla su mal genio y el de Zac el zorrillo que aprende a pedir perdón.

Los valores de Lorenzo nacerán de la reflexión y no de la imposición. Su amabilidad y respeto hacia los demás no viene de una conducta aprendida desde las consecuencias, sino desde la naturalidad de su personalidad.

Lo más complicado ha sido cuando se manda una trastada. En esta casa no hay castigos morales ni autoritarios ni mucho menos chancletazos, correazos o garnatones; en esta casa no hay violencia de ningún tipo. Toca entonces sacar paciencia de cualquier parte, asumirse como el adulto responsable para actuar según lo planificado en esos momentos de caos. Claro que he fallado en algunas ocasiones: un tono de voz alto por aquí, un empujoncito para apurarlo por acá, una amenaza de castigo por allá. Pero después toca reflexionar, modificar comportamientos y pedir disculpas. Es también un proceso de aprendizajes -y desaprendizaje- constante y continuo para los padres. Todos los días hay escenarios nuevos que enfrentar. Tanto para él como para nosotros.

Por ahora los berrinches están bajo control. Aunque cuando se junta la frustración con el hambre, lo mejor es huir del continente. O darle un beso y un yogurt, que también funcionan muy bien.