El país que quiero para mi hijo lo construyo desde ya. Es muy simple. Coné se convertirá en el ejemplo de esa sociedad con la que siempre he soñado y en la que anhelo que crezca.
Creo que en columnas anteriores ya he hablado del tema, pero ahora el concepto está más claro. Un día estaba en un supermercado con bebito y mi mamá, y nos encontramos con un amigo de ella que tenía una hija y que aspiraba, precisamente, a que esa niña fuera su proyecto de un mejor país. Me di cuenta enseguida de que a eso es lo que he aspirado desde que Coné salió volando desde las entrañas de su madre.
Llevamos rato en esta preparación. Mi novia lee por estos días un libro sobre cómo funciona el cerebro de los bebés y cómo nuestra conducta de adultos moldea su capacidad de razonar y de comprender el mundo a su alrededor. El último capítulo que leyó trata sobre la empatía y la relevancia que tiene para la vida que, aun sin saber hablar, bebé empiece a comprender las reacciones del otro. En Panamá la empatía es más escasa que la honradez en la Asamblea Nacional, por lo que nos hemos tomado con gran importancia esta tarea.
Durante décadas se ha impuesto una narrativa condicionada sobre nuestra cultura y nuestra historia. Por ello también intentaremos que bebé tenga acceso ilimitado a la mayor cantidad de fuentes, visiones y pareceres. Que entienda desde pequeño por qué somos como somos y qué rol juegan las expresiones y movimientos populares. Que con esto desarrolle un pensamiento crítico que lo ayude a cuestionar, a dudar de lo que muchas veces se toma por cierto. Mi novia cuenta que lo primero que le enseñó su mamá fue a dudar. Lección anotada.
Bebito tendrá valores. Pero no los del patriotismo falso ni de castigos divinos. Debe actuar como una buena persona, solidaria, amable, respetuosa, honrada. Debe actuar, en definitiva, como alguien que ama el lugar donde vive. Coné debe ser también respetuoso de los derechos humanos. Respetar las decisiones de los demás, entender que el amor es amor en cualquiera de sus formas o expresiones, apoyar a las mujeres en su incansable lucha por la igualdad. O más simple aún, en su incansable lucha por no ser asesinadas.
Me siento en capacidad de enseñarle todo esto a bebé. O al menos mostrarle el camino. Mi novia también. Pero, sin duda, nuestros principales aliados serán los libros. Por ello no hemos desarmado nuestra biblioteca. Cada vez ocupa más espacio. Están libros por todos lados: en la sala, en el cuarto, debajo de la mesa, en el balcón, en la alacena y, por supuesto, en los libreros. Ese desorden no importa -inserte aquí mirada de desaprobación de mi mamá- ya que bebé tiene que establecer una relación amigable con los libros. Ya comenzó, pues ya pide que le lean, o si uno le dice que vaya y busque un libro, cumple la orden con gusto.
Este es el camino para que nuestra sociedad cambie, creo yo. Seguramente no cambiará con un solo bebé, pero es mi aporte a lo que sueño; es mi proyecto de país. Mirando hacia atrás, sé que fui un niño afortunado. Mi mamá, mis tías y mis abuelos siempre se empeñaron en, más que enseñarme cosas, enseñarme a pensar. Uno de los recuerdos más importantes de mi infancia fue escuchar como música para dormir canciones de Silvio Rodríguez y Víctor Jara, enamorarme de su música, querer saber quiénes eran, leer y entender realidades más allá de mi día a día.
Intenté hacer lo mismo con bebé, pero el tipo se puso rebelde. Él solo quiere escuchar Pata Pata, de Miriam Makeba. Es la única canción que calma a la bestia cuando está rudo y rehúsa dormir. Pero apenas crezca un poco más, le hablaremos del exilio de Makeba por estar contra el apartheid y de todo lo que eso representó en la lucha por la equidad. En cada rincón siempre habrá algo para construir al ciudadano con el que soñamos.