Primer resfriado de bebito. Nos dimos cuenta desde la madrugada, cuando lo escuchamos respirar como motor fuera de borda. Igual durmió bien. Se despertó a eso de las 7:00 a.m. Ahí fue cuando se dio cuenta de que se sentía mal y comenzó el llanto. Estaba incómodo. Lloraba y moqueaba. De repente una seguidilla de estornudos y una tosecita tierna.
Pero como bebé es un tanquecito de gas, un torito, nada de fiebre, nada de falta de apetito, nada de ñañequería. El tipo, con moco y todo, estuvo firme, como cualquier otro día. Corrió, jugó, comió como si no hubiese mañana, se ensució, rió. Eso sí, estornudó y tosió todo el día. Por la noche estuvo un poco más lloroncito que de costumbre, y se despertó varias veces. Probablemente por la incomodidad de respirar con el catarro.
Hubo un momento en el que mi novia y yo intentamos aliviarlo con uno de esos ¿implementos?, que tienen unas mangueritas, un tubo en el medio y por el que hay que aspirar para sacarle la flema a la criatura. No funcionó. Bebito estaba contento cuando le introdujimos un extremo en la nariz, pero apenas sintió la aspiración no quiso saber más nada de eso.
El resfriado apareció tres días después de que Coné fuera a sus primeros cumpleaños. Dos en un solo día. Por la mañana en Costa del Este, por la tarde en Costa Verde. Se divirtió muchísimo. En los dos se sumergió en las piscinas de pelotas de colores. Al principio no le gustaba mucho la cosa. Incluso se resbaló y lloró como si lo acabaran de torturar. Pero se repuso y jugó. En el de la tarde, la misma dosis de pelotas de colores. Aunque acá hubo una niña que se le acercó y bebito quedó como loco. Quería ir detrás de ella. Todas las precauciones que tenía para moverse entre las pelotas se fueron al diablo, tenía que ir detrás de la niña, aunque ella tuviese como tres años y él nueve meses. La niña le agarró las manos y saltaron sobre un trampolín y él reía y reía. Hasta que se acordó de que su mamá no estaba allí, que ya era de noche y que necesitaba su teta. Así que se puso necio hasta que nos fuimos.
Ambos cumpleaños estaban repletos de niños. Y recordemos que estamos en plena época lluviosa, en la que los resfriados y los virus florecen por doquier. Es muy probable que uno o varios niños -hasta la niña con la que saltó- estuvieran resfriados, o que el virus estuviera nadando en esa piscina de pelotas de colores. Pero así es la vida real. Si lo invitan a otro cumpleaños, bebito igual irá. No podemos tenerlo guardado ni escondido de los peligros de la normalidad. Obviamente, hay que tener varios cuidados, limpiarle sus manos, vestirlo de forma adecuada, ponerle sus vacunas.
Lo que sí espero es que no se resfríe esta semana que viene, ya que serán unos días de prueba de fuego para su padre. La mamá tiene que viajar por una semana a una presentación artística en París. Un escenario complicado que resolvería de forma sencilla con ayuda de mi suegra. Pero resulta que ella está recién operada de la mano por el síndrome del túnel carpiano, así que está fuera de combate.
La situación se complica aún más, pero igualmente lo podría resolver con ayuda de mi mamá. Pues resulta que ella se acaba de jubilar, y como festejo se va por mes y medio a recorrer viñedos en Europa. Así que me toca enfrentar a bebito solo durante una semana.
El día no me asusta, pues eso lo tengo comprado ya, soy un experto mientras haya sol. El Coné nocturno es el que me preocupa. El que ama dormirse con la teta en la boca, el que se despierta en la madrugada pidiendo calorcito de mamá, el que se levanta cuando ella se despierta para que le dé su desayuno antes de ir a trabajar. Me toca pintarme de guerra y enfrentarme máscara contra cabellera al pequeño tirano, al tierno dictador. Espero sobrevivir.