Bebito tiene prohibidas las pantallas. Intentamos utilizar lo menos posible frente a él los celulares, tabletas, computadoras y demás. Cuando vemos series o películas, lo hacemos después de que se durmió. Tenemos planificado que recién cuando cumpla dos años pueda ver una que otra pantalla por un tiempo limitado, cerca de una hora diaria.

Hemos sido estrictos en ese sentido y le hemos pedido a familiares y amigos que no le den nada que tenga pantallas para jugar o simplemente para observar. Todo eso, sin embargo, ha cambiado desde mediados de junio, desde que Rusia y Arabia Saudita comenzaron este Mundial.

Obviamente que, en el fondo de mi ser, quiero que Coné sea futbolista. Así que probablemente eso tenga mucho que ver. Pero también quiero que vaya reconociendo las figuras, la pelota que rueda, el césped verde. No sé. Quizás no sirva de nada, pero en mi mente de fanático medio idiota, convencí a mi pareja y hemos levantado el veto de las pantallas. Solo por el fútbol.

Ha sido emocionante levantarme como todos los días con el bebé y encender el televisor y ponernos a ver fútbol. Claro está que al pequeño le importan tres pepinos lo que suceda al frente, y después de 15 minutos ya está en otra cosa. Juego con él, le hablo, le hago cosquillas y vemos fútbol. Es la paternidad en su estado más sublime, más puro.

Y ni hablar de los fines de semana. El sábado que hubo cuatro partidos fue uno de los días que jamás olvidaré. Levantarme antes que el bebé y mi novia, ver fútbol, darles a los dos un abrazo y un beso apenas despertaron, ver fútbol, preparar desayuno, ver fútbol, jugar con bebé, ver fútbol, almorzar, ver fútbol.

Pero también hay otros partidos, los que hay que ver con amigos. El de Uruguay contra Egipto, por ejemplo, fui a la casa de un amigo. Me tocó preparar la bolsa, llevar la leche congelada, calentador, platitos, termo con agua hervida, biberones, juguetes, una colcha para que jugara en el piso. En fin, era casi como si nos mudáramos. Era la primera vez que sacaba a bebé a esas horas de la mañana, y por falta de costumbre mejor asegurar que no faltara nada para que estuviera cómodo.

Y vaya que estuvo cómodo. El pequeño tirano hasta se portó mejor. No se quejó por hambre y cuando le entró sueño, que usualmente arranca con una llorimba porque no quiere dormirse, simplemente se recostó en mi hombro y cerró los ojos. Rió, jugó y hasta le tocó celebrar en grande el gol agónico de Uruguay a Egipto.

Estoy claro que el bebé no ha entendido nada de lo que ha sucedido durante estos días, que para él han sido días como cualquier otro. Pero para mí han sido mañanas inolvidables. Soy un enfermo por el fútbol -no me he perdido ni un solo partido en lo que va del Mundial- y me ha dado mucha felicidad combinar dos de mis grandes amores.

Disfrutar con bebito un buen pase filtrado, una gran recepción, un golazo, son cosas que siempre recordaré. Para mí es el primer Mundial -de muchos- con él. Y más con la participación de Panamá.

Ahora comienza la cuenta regresiva hacia las próximas copas del mundo. Para la de Catar aún estará muy pequeño, apenas cuatro años. No vale la pena viajar hasta allá -tan lejos-, creo, para que el niño aún no comprenda lo que está viviendo. Pero 2026 está muy cerca.

Seguramente allá estaremos viviendo la fiesta más importante del fútbol en vivo y en directo. Y ojalá la FIFA sea consecuente en sus acciones y celebre la de 2030, la de los 100 años, en Uruguay -con otros países- para que bebito pueda celebrar la fiesta más grande del fútbol en el mismo lugar en el que nació.29