Coné tiene un nuevo amigo. Se llama Isidro. Desde hace bastante se conocen, desde que nació bebito hace ya casi 11 meses. Al principio hubo distancia, pero ahora comienzan a darse amor. Isidro es un gato de nueve años.
Cuando comencé a salir con mi novia, hoy la madre de bebito, ella ya tenía a Isidro, de apenas unos meses. Yo no era muy afecto a los gatos, pues había crecido en compañía de perros en casa de mi abuela. Pero, poco a poco, Isidro se ganó mi amor, ya que es un gato cariñoso, tierno y bonachón. Es un gato que cualquiera puede llegar a sobarle la barriga sin que él saque las uñas.
Isidro estuvo solo por varios años, hasta que hace unos cinco años rescatamos a una gatita a la que llamamos Matea. A diferencia de Isidro, a ella no le gusta mucho la sobadera y va sacando las uñas rápidamente. Es tierna y cariñosa, aunque lo expresa de otra manera. Juntos, eran los reyes de la casa. Se quieren un montón y eran los consentidos del hogar. Hasta que llegó bebito.
Al comienzo, los gatos no querían ni estar en el mismo lugar que bebé. Mucho menos cuando arrancaba a llorar, que hacía que los gatos huyeran. Isidro fue el primero que comenzó a acercarse a bebito, aunque con distancia. Cuando Coné dormía en el moisés, Isidro se echaba debajo de él, como si lo estuviera vigilando o cuidando. Una escena muy tierna. Matea, en cambio, nunca fue de estar cerca de él.
Varias veces yo los llamaba con sus galletas especiales para que las comieran cerca de bebito, pero apenas terminaban, se iban corriendo ante la mirada sorprendida y fascinada de Coné.
Pero a medida que bebé fue adquiriendo más movimiento, que ya balbuceaba, que ya gateaba, que jugaba, Isidro comenzó a alejarse. Matea, obviamente, apenas veía que Coné enfilaba el gateo hacia su dirección, salía como alma que lleva el diablo. Incluso en el cuarto donde Matea siempre ha dormido, apenas escuchaba que bebé comenzaba a llorar, salía huyendo.
Los gatos, sin embargo, siempre fueron una obsesión para bebito, que cada vez que los veía gateaba hacia ellos. Cuando estaba cargado y uno pasaba cerca, los miraba con detenimiento y sonreía.
La situación ha cambiado. Al menos de parte de Isidro, que ha dejado que bebito se le acerque y le dé cariño. Usualmente es al pie de nuestra cama, donde Isidro siempre ha dormido, aun en esas madrugadas en las que bebito pide salir de su cuna y dormir con nosotros.
La dinámica usualmente es así: bebito juega con cualquier cosa, de repente mira hacia el pie de la cama, se da cuenta de que allí está Isidro, me mira a mí, me sonríe, le sonríe a Isi, me mira, hace un grito de felicidad y comienza a gatear hacia el gato. El problema es que bebé es un bodoquito y no mide su fuerza, entonces le da unas palmadas al pobre animal como si estuviera sacudiendo una alfombra. Lo estruja, lo aprieta y, lo más tierno de todo, se recuesta sobre él. El gato responde con cariño, le lame las manos y ronronea muy fuerte. El romance dura unos minutos, hasta que bebito se desboca y lo aprieta muy fuerte. Hace unos días agarró un palo para tocar un tambor y le metió un palazo en la cabeza al pobre gato, que salió del cuarto de inmediato. Matea sí mantiene su distancia y no le hace caso.
Los gatos se han convertido en parte tan importante de bebito, que ya dice gato. Es una de sus primeras palabras, al igual que papá, mamá, teta, allá y verde. Aunque para hacer justicia, verde lo dijo solo un día, como seis veces, pero un día al fin.
Me gustaría contar más sobre las actualizaciones de bebito, pero aquí lo tengo agarrado de mi pierna, que quiere que deje de escribir y vuelva a jugar con él y el tambor y la pelota. Así que a eso voy.