El primer mes del bebé fue difícil. Se aprende mucho sobre la marcha, hay que improvisar de forma correcta, organizarse, y aumentar el nivel de paciencia hasta el infinito. Es complicado, digamos. Pero es al mismo tiempo un mes en el que conoces mucho mejor a tu pareja y a tu hijo. Descubres nuevas sensaciones y pensamientos.
Y todo tiene su final. Llega entonces ese momento en el que se acaba el mes de vacaciones y toca regresar al trabajo, a la vida real. Es abandonar una nueva fascinación en un momento lindo, cuando ya el bebé comienza a reír, cuando ya el bebé no se la pasa el día llorando, cuando ya el bebé te mira mientras le hablas, cuando ya el bebé hace sonidos como si quisiera contestarte. Justo en ese momento, te vas del hogar.
Comparémoslo con un partido de fútbol. Vas perdiendo por tres goles en 15 minutos. Justo antes de que acabe el primer tiempo, empatas. Y cuando acaba el medio tiempo, no vuelves a la cancha. O con la selección de Panamá, pues: clasificas al Mundial y no vas a jugarlo a Rusia.
Ahora me toca vivir los nuevos momentos de mi hijo a través de WhatsApp. “¿Qué está haciendo bebito?”, “¿sigue durmiendo?”, “¿te ha dejado comer?”, “¡envíame una foto!”. Y cuando llego a casa, está en su “witching hour” (buscar referencia de esto en la columna del viernes 26 de enero).
Y eso que por suerte tenía vacaciones acumuladas. Porque entonces solo me habrían tocado los tres días de la licencia de paternidad. Eso es miseria. Tres días no alcanzan para nada. Si acaso son suficientes para llevar al bebé del hospital a la casa. Y listo, se acabó, de vuelta al trabajo, de vuelta al 9 a 5. Así no construiremos nunca familias fuertes. Por esto valdrían la pena las marchas de los supuestos defensores de la familia. No del matrimonio igualitario ni de la educación sexual. Nada de eso lastima la familia como sí lo hace que el padre abandone esos primeros meses de crecimiento del bebé.
El mes que pasé en casa con el bebé y mi pareja fue realmente especial. De solidaridad y de aprendizaje. No solo me desviví para que ella y él estuvieran lo más cómodos posible, sino que por primera vez fui organizado: en la cocina, en el baño, en las lavadas, en el aseo del hogar. Y ahora, tan solo un mes después, ya no estoy en la casa.
Lo más triste de todo es que hasta hace unos meses el papá si acaso tenía chance de estar el día que nacía el bebé. Y de nuevo al trabajo. Recuerdo con frustración lo difícil que fue que permitieran una licencia de paternidad de tres días. Que si el papá no necesitaba esos días, que si el tipo tenía varios hijos al mismo tiempo le tocaban un montón de días libres (¡¿?!), que si eso lastimaba la economía…
Claro, porque en Alemania la economía está hecha trizas porque los papás pueden tomarse hasta un año de licencia. Y ni qué hablar de la mamá. Mientras en Alemania se pueden tomar hasta tres años de licencia, en Panamá son dos meses.
Si sueno un poco frustrado es porque lo estoy. No ha sido fácil esta transición de estar todo el día con bebito a monitorearlo por mensajería de celular. Pero si ha sido complicado para mí, no quiero ni imaginarme lo que será para la mamá. Ya solo le queda un mes de licencia. Y los vínculos entre madre y bebé son más fuertes que con el papá por razones lógicas (embarazo, lactancia y tantas otras). En ese momento comenzará otra etapa: la de encontrar alguien que cuide al bebé. Pero aún falta para eso. Por ahora los dejo, que quiero volver a ver la foto de la última sonrisa del bebé.