[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”50410″ img_size=”full” alignment=”center”][vc_column_text]Cuando se publique esta columna, el nacimiento de mi hijo –primer y único– está por ocurrir o, incluso, ya ocurrió. La escribo, entonces, con la ansiedad de que en cualquier momento comienza la corredera. Y con esa ansiedad, aparecen las dudas.
Durante todos estos meses mi novia y yo cambiamos muchísimas cosas. Primero fueron las físicas: reacomodar la sala para crear espacios; la cocina, para preparar la fórmula; el segundo cuarto, convertido de un estudio a la habitación de bebé, con su cuna, su cambiador, sus gaveteros, el coche, mecedora, corralito. Lo necesario para el moisés.
Le siguieron los cambios de comportamiento: comenzar a ver la casa como un espacio de tres personas -y dos gatos-, leer, preguntar, y demás cosas que acompañan el nacimiento de un comearroz. Creía -creíamos- tener todo bajo control. Nos sentíamos preparados. Y aun cuando todavía no ha nacido, esa confianza se ha desmoronado. No toda, pero gran parte sí.
La inminencia del parto, de la llegada del bebé. El caos, las trasnochadas, la desesperación por no saber por qué llora y demás cosas de las que no tengo ni idea. Y también me preocupa el momento en sí. Por supuesto, hay una fecha programada, pero casi todos con los que hemos hablado comentan que es muy difícil cumplir con esos pronósticos, que es probable que sea antes. ¿Qué día? Nadie sabe. Sucede cuando sucede.
Seguramente mi desconcierto tiene que ver con que soy un poco obsesivo y me gusta siempre sentirme en control de las situaciones. En el caso del bebé, puede salir mañana. O pasado. O en una semana. Esa incertidumbre me llena de ansias. Si me preocupa no sentirme en control de todo lo que viene antes del bebé, no quiero ni imaginarme lo que vendrá después.
Y al final, de eso se trata convertirse en papá. No de ignorar ni ocultar todos estos sentimientos, sino de enfrentar esa vulnerabilidad y convertirse en una mejor persona, en alguien que debe de cuidar a otra persona que sí es realmente vulnerable.
Ni hablar de lo que siente mi novia, que ya lleva meses con nuestro hijo y ahora le toca la tarea de parirlo y amamantarlo. Dos cosas llenas de una sensibilidad tremenda que crea un vínculo único.Igual no todo es ansiedad y preocupación. Me tranquiliza la certeza de que la mujer con la que estoy es la ideal para este camino lleno de novedades y descubrimientos. Me serena tener a mi mamá, a mi abuela, a mis tías, y a mi suegra, a mi suegro, a la mamá de mi suegro, con muchísima ilusión de este bebé que viene en camino.
Me llena de alegría haber recibido tanto amor de mis amigos y amigas –hermanos y hermanas, en realidad– que han mostrado su mano, su brazo, su cuerpo entero durante estos meses, y que se han ofrecido a ser parte fundamental y trascendental en la vida de la criatura. De saber que el bebé tiene decenas de camas para dormir, decenas de mesas para comer, decenas de brazos para que le muestren cosas desde otro punto de vista. Todo eso me ha bajado muchísimo la ansiedad. Porque al final sé que, si bien la mayoría del tiempo seremos mi novia y yo los protagonistas en esta película, habrá muchos otros actores que formarán parte de ella, que este camino lo recorreremos con la ayuda y el apoyo de mucha gente que nos brinda su amor incondicional -al menos hasta que conozcan el meconio-.
Por eso ya cree una lista de difusión en mi WhatsApp. Hay como 30 personas en ella. Mi novia también creó la suya. El día que rompa fuente, avisaremos en esa lista que estamos rumbo al hospital. Y cuando llegue este comearroz -que puede ser mañana, o pudo ser ayer-, sabremos que hemos comenzado un camino lleno de gente.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]