Cuando el cantante mexicano Emmanuel escribió su éxito Quiero dormir cansado, todavía no era papá. De haberlo sido, esa letra ni siquiera se le habría pasado por la mente, porque cualquier padre o madre sabe que, con al menos una criatura, todas las noches se duerme cansado, agotado, extenuado, al borde del precipicio.
Recuerdo aún mis días de ingenuidad, en los que Lorenzo dormía hasta tres siestas por día y que, según yo, eran días agotadores. Era un papá inocente aún. ¡Si hasta dormía las siestas con él! Cuando llegaba mi pareja del trabajo le pedía que me diera un chance, porque había estado todo el día jugando con el niño, un niño que gateaba o que apenas daba sus primeros pasos. No tenía idea de lo que me esperaba.
Por aquellos días, la criatura ya daba signos de su energía ilimitada. Pasaba el tiempo y me daba cuenta de que solo era el comienzo. Ahora que tiene casi cinco años, es tiro y tiro desde que abre los ojos hasta que los cierra. Azogue puro.
Y para nada es en mal sentido. Al contrario. Nos encanta tener a un niño tan curioso, voluntarioso, conversador, osado, despierto, risueño y juguetón. Es magnífico ver esa mente a pleno, inventando juegos, preguntando, conociendo sus límites. Pero al mismo tiempo es tremendamente agotador.
Para empezar, Lorenzo ya no toma siestas. Aunque haya correteado toda la mañana, simplemente no descansa al mediodía. Hemos intentado dormirlo después de una mañana muy agitada, pero no hay forma. Igual hay días en los que escabulle unos 30 minutos de sueño ya cuando cae la tarde que lo recargan hasta la medianoche.
Cuando comenzó la escuela pensamos que todo sería mejor. Lorenzo sale del colegio, donde corre, salta, piensa, baila, llega a la casa y en la tarde salimos al patio o al parque y lo rematamos. A las 7 de la noche ya estará rendido, pensábamos. Pero el tipo igual se iba hasta las diez tranquilito.
En los comercios de la comunidad en la que vivimos ya casi todas las personas le conocen. Un poco porque se presenta y comienza a preguntar, pero también justamente porque le conocen esa energía pura y feliz con la que Lorenzo vive cada instante de su vida. Y con esa carta de amabilidad energética consigue que se aprendan su nombre completo.
Termino de escribir este texto pasada la medianoche. Tengo que aprovechar que el niño duerme. Mañana es fin de semana. Ojalá pudiera descansar al menos las ocho horas, pero Lorenzo antes de las siete ya está a toda potencia sobre mi cara: “papi, vamos a jugar a las escondidas”, “papi, vamos a hacer manualidades”, “papi, tienes que ver esto”. Eso de trasnochar y despertar tarde ya no aplica conmigo. Ni tampoco con Emmanuel, que unos años después de su éxito tuvo tres hijos y por fin pudo cumplir su anhelo de dormir cansado para siempre.