Hay acuerdos colectivos entre padres y madres sobre cumpleaños que se caen de su peso: no regalar juguetes con piezas chicas a niños que aún ni caminan, no regalar cosas frágiles que se van a romper al primer manotazo, no regalar cuestiones con puntas ni ángulos afilados que puedan lastimar a las criaturas. Todo muy bien. Pero padres colegas: en esa lista también hay que incluir los slimes.
Ya es hora de plantar bandera. Basta con los slimes. Ya fue. No más como regalo de cumpleaños o en canastitas. Después del jolgorio de la fiesta no es divertido encontrarse con slime en la ropa, en la comida, en los muñecos, bajo el sillón, en el piso y en todos los espacios del universo. Tan solo la sensación de caminar descalzo y pisar un pedazo de slime que se quede pegado en la planta del pie es motivo suficiente para prohibirlos de por vida.
Obviamente agradezco el gesto. Muchas gracias a todos quienes le han dado un slime de regalo o en canastita a Lorenzo. Pero ya no más. Digo no a la repartición indiscriminada de los slimes: soy la resistencia.
Para quien no sepa qué es, primero, un fuerte abrazo y mi más sincera felicitación. No sabe la fortuna que tiene al no haberse cruzado aquel tarro de gel verde viscoso que se adhiere a todo lo que toca y que es imposible de quitar sin que deje marcas.
Un día fuimos a visitar a una amiga de la familia. De repente le anuncia a Lorenzo que le tiene un regalo. Ohh ¿qué podrá ser? Lorenzo está feliz ante la anticipación, yo estoy feliz al ver a Lorenzo, mi pareja está feliz de ese calor de la amistad que se fortalece a través de los hijos. Y de repente con ingenuidad amorosa, aparece un tarro de slime. Lorenzo, extasiado. Yo ya no tanto. Sé lo que me espera cuando lleguemos a casa. Aunque algo de escarmiento hubo, pues Lorenzo abrió su tarro, pegó el slime en un sillón y dejó una mancha horrible que no se quitó a pesar de los esfuerzos.
Lo que me preocupa de los slimes va un poco más allá del producto en sí. Yo sé lo que es el slime porque lo he vivido en carne propia, he luchado con ese gel para intentar quitarlo de cualquier superficie imaginable y por eso mismo soy incapaz de atormentar a alguien con ese moco infernal como regalo. Entonces, si alguien lo compró en total conocimiento de sus características, ¿lo regala por venganza? ¿simple perversión? ¿o para ver al mundo arder?
Hay cien mil mejores regalos que el slime. Es más, si su deseo es crear caos y disfrutarlo, regale un pito, algo que haga ruido. Porque por más incómodo que sea, prefiero a Lorenzo ruidoso con su pito todo el día y toda la noche, que silencioso untando el slime en todo lo que se le aparezca por delante.
Para quien no sepa qué es, primero, un fuerte abrazo y mi más sincera felicitación. No sabe la fortuna que tiene al no haberse cruzado aquel tarro de gel verde viscoso que se adhiere a todo lo que toca y que es imposible de quitar sin que deje marcas.