Hace unos días tuve una reunión de trabajo con algunos compañeros periodistas. Tenemos un grupo dedicado a aportar experiencias al periodismo en Panamá y nos reunimos periódicamente para planear la agenda de trabajo. El asunto es que llegué con bebé.
Ese día mi novia tenía un ensayo con su banda, así que entre los ambientes en los que estaríamos, el mío era el más tranquilo. Mi reunión arrancaba tipo 7:00 p.m., así que bebé aún no estaba por dormir.
Pero, cuando llegué a la casa donde sería la junta, Coné ya dormía. Revisé la bolsa antes de bajar del auto (sé que tendría que haberlo hecho antes de salir, pero nadie es perfecto): tenía un biberón, ropa para cambiarlo, pañales y un juguete. Lo saqué del auto, subí por las escaleras en silencio, y la dueña de casa, muy gentil, me dejó acostarlo en su cama. Se despertó a las dos horas. Al principio, como siempre: “¿onde ta teta?”. Pero apenas identificó que no estaba en casa comenzó a llorar. Estuve unos 15 minutos con él hasta que por fin cayó después de tomarse el biberón.
Dos horas después, lo volví a meter al auto y nos fuimos. Antes, la anfitriona, al verme con bolsa de bebé, Coné sobre mi hombro, y lo que me había costado volver a dormirlo en cama ajena, me recomendó escribir sobre las nuevas masculinidades. Y heme aquí.
A los pocos meses de que bebé naciera decidimos que lo más conveniente era que yo comenzara mi carrera como independiente (que siempre había querido) y me quedara en casa con bebé. Soy yo quien lo lleva a las citas médicas (cuando son de mañana), al parque, a sus vacunas, o a lo que toque. Y casi siempre soy el único hombre con el bebé. Aprovecho esos encuentros con las mamás para conversar, les pregunto, les contesto, intercambiamos estrategias y tácticas. Soy, además, el que sabe sobre las onzas que come, cuántas bebe, cómo hay que someterlo para que tome sus siestas, a qué le gusta jugar, cuáles son sus libros favoritos, y el que usualmente escucha sus palabras nuevas.
Todo ha sido desde el más profundo amor y respeto. Sin violencia, sin amenazas, sin actitudes rudas. Sin detenerme a pensar si estoy actuando como hombre o como mujer. No puedo decir que bebé no me ha sacado de mis casillas, pero sé que me imitará, así que me toca respirar hondo y explicarle por qué no debe hacer algo. Todo siempre con cariño, con abrazos, con besos. Y eso, junto con todo el cariño que recibe de su mamá, sus abuelas y abuelo, y sus bisabuelas, están produciendo un niño muy amoroso y respetuoso.
Intentamos criarlo sin ninguna de esas taras sexistas. Si quiere una guitarra, se la compraremos; si quiere una muñeca, pues también. La silla para comer que tiene donde su abuela materna es rosada porque era la más económica del diseño que buscábamos. Bebito será feminista, comprenderá que los roles son autoimpuestos y que él puede actuar como le dé la gana, siempre con respeto. Aunque su madre, en broma, dice que ni músico ni abogado, haremos nuestro mejor esfuerzo para que elija con base en su sentir y no por prejuicios.
Vendrán épocas en que toque enseñarle valores y sentimientos más complejos. Por ahora, seguiremos enfocados en que sea un niño libre y, más importante aún, feliz. Y yo seguiré esforzándome por ser el mejor papá que pueda ser.
Y aunque se pueda pensar que al tener yo este rol bebé va a preferir a papá, la felicidad lo desborda cuando por las tardes se abre la puerta y aparece su madre (dice con su vocecita tierna: ¡teta!). Ese es el momento del día más feliz para los tres.