Los lunes parecieran ser los días preferidos de bebito. Fue un lunes cuando dejó de arrastrarse por el suelo y comenzó a gatear, y fue un lunes el día que dijo mamá por primera vez y de forma clara.
Lo repitió varias veces. Obviamente lo grabé y se lo envié a la madre, que se derritió de amor a la distancia -a una distancia de tres kilómetros cuando mucho, que tampoco es que andaba por Senegal-. Se lo envié también a mi mamá y a mis tías. Mi suegra lo vio en directo, pues estaba aquí y pudo ver a Coné repetir mamá como un desquiciado.
Por momentos pensé que lo primero que diría sería papá, ya que entre la jerigonza que le escuché por tantas semanas siempre se escuchaba el sonido fuerte como de una pe o de una be. Pero bueno, el bebé dijo mamá primero. Tampoco es de sorprenderse, es ella la que lo provee del sagrado pecho.
Se ha puesto más bandido también. Le encanta dormir con nosotros. No es toda la noche, pero llega un momento en la madrugada, a eso de las 5:00, que mi novia se lo trae a la cama y dormimos los tres. Juntos y calientitos. Leímos un montón sobre eso y estamos conscientes de que después se volverá un hábito, y cuando crezca él mismo se meterá en la cama con nosotros. Pero también se trata de disfrutarlo. Cuando llega a la cama y la mamá se lo pega contra su pecho, yo corro a pegarme y a abrazarlos a los dos. Si no disfruto de dormir con mi hijo ahora, ¿cuándo lo haré?
Y al bandido le gusta. Se nota en las siestas. Cuando está solo en su cuna duerme 30 minutos, una hora cuando mucho. Cuando las siestas son en la cama y acompañados, ahí se puede quedar hasta dos horas.
Lo otro es que ha desarrollado una obsesión hacia los controles remotos. No sé si le gustará la electrónica o si será controlador de algo, o cuál será la movida, pero control remoto que ve, necesita tomarlo y aporrearlo. Ni siquiera son los botones. Le compramos uno de juguete, con luces y colores y demás. Sí, le gusta, pero no tanto como el del televisor, que lo hemos emparapetado con gutapercha que ya casi es un Frankenstein de los controles remotos. Pero ese es el que le gusta. Donde lo ve, va detrás de él como si tuviera un cohete en el pañal. El del aire acondicionado también lo obsesiona, pero no tanto como el del televisor.
Como siempre, debo dedicarle algunas palabras a sus cambios alimenticios. Ahora come remolacha, lentejas, arvejas y arroz. Ahora sí arroz en serio, nada de papillas ni de engaños. Arroz de verdad. Claro que sin sal. Lo único con lo que podemos condimentar, según nos recomendó el doctor, es con un diente de ajo o unas tiras de cebolla.
Lo que me sorprende es cómo el tipo usa sus dos dientes. Son dos nada más, y aun así se las arregla. Hace unas semanas un amigo nos invitó a una carne asada. No había mucho para él, apenas unas yucas hervidas. Y bebito con sus dos dientes le dio materile como a tres trozos de yuca. Y andaba metiendo mano cuando vio los camarones y las costillas de cerdo.
Tiene unas galletas de bebé que también son un gran ejemplo de cómo triturar con apenas dos dientes. Las agarra, las muerde y se las mastica con la parte delantera. Solo se ha atorado una vez con sus galletas, y para colmo fue en casa de mi mamá, que lo estaba cuidando, así que se imaginarán el susto de la abuela.
En este mes, su octavo mes, no aumentó de peso. Tiene el mismo peso que a sus siete meses, lo que es una fortuna, porque ya tiene a todo el mundo maltrecho de cargarlo.
A mí me tiene con un dolor en la espalda, que mi mamá de regalo de cumpleaños me compró un masaje de una hora. Pero igual me gusta la cosa. Mientras escribo esto lo veo dormir a través de una cámara, y en lo único que puedo pensar es que ojalá se levante pronto para poder cargarlo y apretarlo.