Este país que me conoció hace sesenta y siete años, que a diario me regala instantes memorables, paisajes que me dejan sin aliento, gentes maravillosas, comidas para todos los gustos, animales que montones de personas vienen a observar dentro de sus fronteras, tiene todo eso y más… menos agua.

En realidad, sí tiene agua, y mucha, pero esta no llega a los sitios donde se necesita: es decir, a la casa de la señora Petra, a la tienda del chino de la esquina, al centro de salud de Wichichi, al nuevo edificio que construyeron en un lote súper céntrico de la ciudad y ni siquiera a la casita que está al borde del río enorme que atraviesa la provincia del oeste.

Así están las cosas aquí. Para cocinar los lunes la gente tiene que dejar un grifo (o varios) abiertos toda la noche para que gota a gota se llene una pailita en la que a lo mejor podrán montar dos tazas de arroz para la familia de ocho. Y para halar la cadena del servicio, no sé, tendrán que mantenerse atentos al chorrito por una semana o quien sabe cuántos días.

Es triste, verdaderamente triste, que en el ´País de las Aguas´ bañarse una vez al día sea todo un evento. Ni hablar de otras necesidades básicas. Y no creo que seamos dados a desperdiciar “el vital líquido” como escogen llamarla los periodistas ávidos de sonar muy cultos, sino más bien porque quienes están a cargo de proveer a la población de un recurso indispensable andan pensando en pajarillos preñados, más ocupados en construir promesas que suenen lo suficientemente reales como para que la gente vote por ellos, sin tener jamás la intención de cumplirlas.

Y ahora que se acerca el tiempo de las mentiras gordas quién los aguanta. Empezaremos de nuevo con “el agua para todos” y “cero letrinas” y “escuelas dignas” y otra sarta de frases trilladas, gastadas y que hace mucho dejaron sentirse como metas reales. Pasan los años y la población sigue sufriendo y las tuberías se siguen rompiendo y botando agua por todos lados -agua potable- los hidrantes pierden las tapas y no pasa nada, la gente desesperada se va conectando a tuberías madre sin orden ni autorización generando un caos total.

En los destinos remotos donde los residentes se suplen de acueductos rurales que ellos mismos construyen, porque como ahí no hay coimas a nadie le interesan, no hay quien les ofrezca asistencia en cuanto a mantenimiento y muchas veces se pierden en el tiempo convirtiendo a los pobladores en acarreadores de aguas de los ríos para cepillarse los dientes.

Me duele ver como en el ´País de las Aguas´ no somos capaces de garantizar el suministro de algo tan básico como el agua, porque dicen los científicos que el ser humano puede vivir sin alimentos hasta dos o tres meses, pero sin agua a lo sumo una semana. Así es la cosa.

No olvidemos que el agua garantiza una higiene adecuada, ergo, una mejor salud, pues es por ahí por donde empieza todo. Y, si bien el alcohol, redescubierto como método de desinfección durante la pandemia, sirve un propósito, imposible usarlo para cocinar pasta.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.

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