Para qué negarlo, soy del siglo pasado. Y aunque trato de ser moderna, hasta donde permite el cuerpo, pues hay cosas que me delatan. Una de ellas es que extraño terriblemente las revistas impresas. Aquellas que tenían varias vidas gracias a las salas de espera de los consultorios médicos o a los salones de belleza donde alguna vez uno pudo disfrutar de aquellas que una por dura no compraba.

Creo que mi afición por las páginas con fotos de personajes desconocidos, bochinches y artículos interesantes nace por los años sesenta cuando me pasaba horas revisando Bohemia, una revista cubana que siempre encontraba en casa de mi abuela Mami Loli. Por supuesto, que en aquellos días no llevaba cuenta de la frecuencia con que se publicaba y seguramente, no leía los artículos de periodismo serio porque era una pioja, pero me entretenía con el contenido más light, y como decía mi mamá cuando mi papá la regañaba porque nos compraba paquines (sorry no me sale decir pasquines), “no importa lo que lean con tal de que lean”.

Sumo a eso que gran parte de mi infancia la pasé fuera de consultorios médicos, más específicamente el de Manolín Preciado, y pues allí me entretendría con un surtido diferente. Llegada la edad de los bucles que obligatoriamente había que lucir para las fiestas de quince años, los cuales eran para mí una tortura indescriptible, pero me resignaba con tal de aumentar las posibilidades de que alguien me sacara a bailar, penetré en el mundo de las revistas como Hola y Vanidades. La oportunidad de repasar las páginas de Hola, incluso hacían que deseara que no hubiera secadoras de pelo desocupadas para que el proceso tomara más tiempo. Era una revista carísima y nunca hubo presupuesto para adquirirla. Además, era el epítome de los bochinches en España. ¿Ha cambiado? No lo sé. Ya no voy al salón de belleza.

Vanidades era una que se podía comprar y más adelantito todas las gringas con temas hogareños. Eran baratitas y alguna receta o truco para decoración que estuviera acorde con nuestro frugal presupuesto familiar se podían rescatar. Las de moda… nunca me tentaron. Después de un rato solo viendo figuritas me aburro y eso me pasa hasta el sol de hoy.

Entonces, resulta que ahora uno va al médico y tiene que esperar, porque eso no ha cambiado, pero en las salas de espera ya no están ni siquiera las revistas que anuncian medicamentos y otros servicios de salud. Las mesas están vacías. Claro, todo el mundo pegado al celular lo cual es muy práctico siempre y cuando la batería del mismo no esté en el último puntito o sea imposible acceder al WiFi y se vuele uno toda la data disponible en el mes. Es en esas situaciones críticas que me pongo a pensar en cuanto me gustaría tener a mano aunque fuera una revista de moda para ver las figuritas.

Me tocará resignarme pues, ya esos tiempos de papel manoseado y noticias de antes de ayer, o del año pasado, seguramente como las golondrinas de Gustavo Adolfo Becker ¡no volverán!


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