Una de las cosas que durante muchos años no me permití fue descansar, o hacer nada. Cada vez que trato de recordar cuando fue la última vez que hice eso cuando era más joven, me remetía a mis 15 años, cuando leía libros cada día en verano, o en vacaciones.

Por alguna razón, aprendí que siempre hay que hacer algo.

Hace algunos años, tuve una gran crisis y tuve la necesidad de descubrir cuál era mi propósito, entendí que hacía muchas cosas porque las había aprendido así, incluso hasta mejorado en las versiones de mis ancestros, pero… ¿era esa la vida que quería tener?

Comencé a enseñar a las personas a descubrir su propósito en ese camino, de hecho es una de las cosas que hago muy bien, sin embargo hoy te contaré un secreto, detrás de eso hay un mensaje aún mayor, “no todo en la vida necesita un propósito”.

No todo tiene que ser productivo, significativo o un paso hacia una meta grandiosa. Algunas cosas deberían existir simplemente porque brindan alegría: alegría pura, sin filtros, infantil. Y eso, en sí mismo, es suficiente.

El mundo en que vivimos exige eficiencia, seriedad y progreso, hacer algo tonto o frívolo puede parecer casi rebelde.

Sin embargo, es necesario, incluso uno de los pasos para descubrir el propósito es saber qué te divierte hacer y de qué disfrutas, ¿cómo descubrirlo si no le damos espacio entonces?.

La risa, el juego y los momentos de absoluta alegría no son solo descansos en la vida: “son vida”. Nos recuerdan que la alegría no siempre tiene que ganarse, que la felicidad no es algo que se persigue sino algo que se puede abrazar de las formas más pequeñas y ridículas.

La belleza de hacer algo solo por diversión, ya sea cantar sola en la ducha, caminar por la calle sin motivo o inventar canciones absurdas, es que te devuelve a ti misma. Te quita el peso de las expectativas, la necesidad constante de estar “haciendo algo importante” y te permite existir en el momento presente. En esos momentos, no hay presión ni juicios, solo tú, viva y libre.

El juego no es infantil, es la esencia de estar viva. Cuando dejamos de permitirnos disfrutar de la vida en sus formas más simples y tontas, comenzamos a vivir mecánicamente. Quedamos atrapadas en rutinas, expectativas y responsabilidades, olvidando que la alegría no tiene por qué programarse ni justificarse.

Los recuerdos más hermosos a menudo surgen de las cosas que no tenían otro propósito que hacernos reír, sentirnos ligeras y estar completamente presentes.

Así que sé tonta. Sé juguetona. Haz cosas que no tengan ningún sentido más allá del hecho de que hacen feliz a tu alma. La vida no está destinada a ser una lista interminable de cosas por hacer. Permítete disfrutar de los momentos que no “logran” nada, porque al final, esos son los momentos que hacen que valga la pena vivir.

¿Qué vas a hacer hoy?

¡Un abrazo, buen fin de semana!