Vengo del futuro y les puedo decir que estos años son recordados como los años del unicornio. Sí. Los benditos animales, qué digo animales, seres mitológicos, están por todos lados. ¿No los ha notado? Yo los veo hasta en la sopa.

Aclaro, antes de que me ataquen, que no estoy en contra de los unicornios. Pido calma a sus fanáticos.

Fíjense bien y verán camisetas de unicornio, pelo de unicornio, maquillaje de unicornio, ¡moco de unicornio!, vinchas de unicornio, todas las niñas quieren o tienen una, pero además hay unicornios en fiestas de cumpleaños, baby showers y hasta despedidas de solteras. El unicornio está aguijoneando la fama de Minnie Mouse, que lleva rato reinando en estos menesteres de fiestas infantiles.

Uno de los productos más exitosos relacionados con esta figura cornuda no fue un vestido ni un maquillaje. Agárrense: fue una bebida de unicornio que hizo Starbucks en una edición limitada. Cambiaba de color y sabor. Se vendió como pan caliente y fue retratada miles de veces por aquellos amantes de sacar fotos a las comidas. Tampoco estoy en contra de ellos.

Los unicornios no existen, pero eso a quién le importa. El hecho es que son una realidad en las tiendas.

Estos productos se caracterizan en que tienen mucha escarcha y los colores del arcoíris, algo que en buena parte se lo debemos a Disney. Cómo no, tenía que ser, y su película Fantasía (1940).

En los años 80, My Little Pony fue una serie de juguete exitosísima entre las niñas. Entre los pequeños ponis coloridos había, por supuesto, un unicornio.

Ahora la nostalgia por aquella época atrae a quienes crecieron en los años 80 y por eso ellos quieren unicornios. Pero los más jóvenes también quieren unicornios porque ven en ellos independencia, magia y optimismo. Esto no lo digo yo, sino los que estudian estos fenómenos de mercado.

Negocio y más. Y me alegro por quienes pueden sacarle provecho. La magia del unicornio suena como a chinchín, sí, parecido al sonido de una caja registradora.