Después que termine de escribir esta columna voy a diseñar un plan de acondicionamiento físico para mi próximo viaje en avión. No sé cuándo será, pero debo estar lista. Pilates o yoga vinyasa parecen buenas opciones.

No es relajo. Hoy es imprescindible ejercitarse antes de pisar el aeropuerto.

Hace unos días viajé a la ciudad de Bogotá. Aquí mismo. Ni siquiera hora y media de vuelo. Y casi todo sería en el mismo hotel, pues se trataba de un seminario. Pero resultó ser una experiencia extrema.

Mi aventura empezó en la nueva Terminal dos del Aeropuerto de Tocumen, en Panamá. Como había llegado bien temprano, pasé el control migratorio, aduanas, y me senté un rato a revisar y responder mensajes en el teléfono celular. Pasaron 15 minutos, así que me dispuse a buscar la puerta de embarque. Yo me encontraba en la 200 y mi vuelo despegaba en una puerta que estaba a 25 minutos de distancia. Eso lo supe porque un letrero lo indicaba. ¡Susto!

Empecé a caminar a paso vivo. Recorrí todo el aeropuerto con las cosas que ya sabemos que hay siempre: maquillaje y perfume libre de impuestos; licores y chocolate; ropa de frío hermosa, pero que nunca usarás en Panamá.

Los aeropuertos son lugares donde quieres y no quieres estar. Lo primero, cuando te ilusiona el destino. Lo segundo cuando tienes que pasar horas allí por una escala o necesitas comer y un pan frío con jamón y queso, envuelto en plástico, te cuesta 13 dólares.

Todo eso pensaba yo en mi caminar. Además, las bandas transportadoras apenas si funcionaban.

Entendí por qué había tantos carritos llevando a personas mayores. Esas distancias no son amigables para la gente con movilidad reducida.

Pude al fin subir al avión, no sin antes recorrer medio kilómetro en el puente de embarque que conduce a la nave.

En Bogotá me esperaba otra larga distancia. El aeropuerto de El Dorado es gigante. Después de caminar 15 minutos nos recibió una pantalla que advertía de que pasaríamos 45 minutos en la fila de migración.

Los aeropuertos ya no son un paseo. A ejercitarse e hidratarse, ojalá no con una botella de agua de seis dólares.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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