Toc, toc. Soy yo tocando a la puerta de San Pedro. A ver si me abre. Vengo a mostrar lo bueno y lo malo que hice en la Tierra.
Aquí nada es como me lo imaginaba, según las películas. Más bien se parece al nodo de transparencia de la Defensoría del Pueblo, donde uno puede leer las contrataciones del gobierno y saber cómo se usa el dinero de nuestros impuestos.
Aquí, en esta antesala del cielo, hay listas de cómo uno gastó el tiempo y sus talentos. Es una fila larga como para sacar cupo en una gran escuela pública secundaria en Panamá.
Ya he escuchado muchos rumores sobre cómo se decide quién va al cielo y quién no. Hasta hay dudas de si existe un cielo. Eso me lo temía. He escuchado a uno decir que está preocupado por el tiempo que no le dedicó a su familia, las tantas llegadas tarde, los tantos fines de semana que saltó visitar a la abuela. Las veces que ignoró, por cansona, las llamadas de su mamá para ver qué había comido hoy.
Pero también escuché a una mujer aún más preocupada por todo el tiempo que dedicó a arreglar la vida de otros, quién calentará la comida, quién verá que se planchen las camisas ahora que ella no está. Esa mujer se reprocha haberse negado tanto a ella misma.
En esta rendición de cuentas nadie va a preguntar ¿cuál fue el mejor plan de mercadeo que hiciste? o ¿cuántos likes consiguió tu mejor post? Un señor lamenta haberse perdido el torneo final de karate de su hijo, pero su viaje a Nueva York era muy importante. Así logró su ascenso.
Despierto y me doy cuenta de que me salí de la fila. Estoy acostada. ¿Qué comí anoche?, ¿qué película vi para tener estos sueños tan raros? No fue eso. Es que este año me ha tocado convivir con personas que se tuvieron que preparar para ver partir a un ser querido. Personas que ya no suplican por una cura, sino por aprovechar el tiempo que quede juntos.
Si fuera el último mes de mi vida o de la vida de alguien amado, ¿cómo quisiera pasarlo? Todos sabemos la respuesta, pero pensamos que habrá tiempo. Tarde descubrimos que no siempre es así.