Me encontré con un hombre disgustado por un seminario terrible. Le pregunté si era de esos seminarios donde a uno lo ponen a saltar, a jugar la lleva y a reírse cuando uno no se quiere reír. Eso me desespera.
Pero no era eso. “Estaba para los tigres”, me dijo. Tanta curiosidad me dio, que seguí preguntando hasta obtener la respuesta que me sospechaba: lo que había estado malo, muy malo, era el coffee break.
Las empanaditas de pollo no tenían pollo, y cuando el café se acabó no volvieron a poner. ¡Cielos!
Para quien no sabe, explico que el coffee break, sí, sí, ya sé, aquí estamos agringados, hasta tengo que escribirlo en cursiva, es esa pausa útil para despabilarse, ir a empolvarse la cara o para estirar las piernas y, demás, pues, las sillas están duras.
También está de moda decir que es para networking, conocerse y echar cuentos pues.
Pero el centro de ese momento es lo que se ofrece de picar. Taller, congreso, inauguración o presentación que se respete tiene que ofrecer bocadillos a los comensales, digo a los asistentes. Es primo del refrigerio y del brindis.
Tal vez usted, que casi no come, pensará que es exagerado prestar tanta atención a esto. No lo es. No se equivoque. Conozco a una profesional de las ciencias sociales muy competente que me confesó que antes ninguneaba ese aspecto en los magníficos congresos organizados por ella, hasta que se dio cuenta de que todo su esfuerzo académico quedaba en nada cuando la gente se iba inconforme, molesta, ni ellos mismos sabían que era el vil resultado de un estómago descontento.
En el coffee también hay modas. Recuerdo cuando llegaron los wrap y el pan pita. En los últimos, tequeños y las arepas. Pero siguen en el hit parade los emparedaditos. Si es un magno evento, habrá camarones, estación de ceviche, palitroques largos que parecen unas ramas, uno no sabe si es adorno, y jamón serrano.
Nunca se complace a todos. No faltará el que diga: “¡ay no!, pusieron puro carbohidrato” o “todo es frito”, con la boca arrugada, “¿no hay leche de almendras?”.
Lo cierto es que con el estómago satisfecho, las charlas aburridas y los seminarios malos son menos malos, ¿o no?