Shonda Rhimes es la productora de la serie Los Bridgerton por la que Netflix saca el pecho para decir que es su producto más visto en su historia. Este logro no es suerte de principiante, Shonda produjo Grey’s Anatomy (la serie con más años en la televisión de Estados Unidos), Scandal y How to Get Away with Murder.
Netflix conoce el valor de esta mujer y por eso con su productora Shondaland firmó en 2017 un acuerdo de alrededor de 150 millones de dólares esperando que pusiera en el plato justo éxitos como Los Bridgerton.
Aún así a Shonda le da pena recibir halagos. O mejor dicho le daba. En su libro El año del Sí (2015), en que narra cómo superó su miedo a las actividades sociales, entrevistas, ofrecer discursos y escuchar halagos, cuenta su experiencia en una cena de mujeres notables en el mundo de la televisión, organizada por la revista Elle.
En la mesa donde Shonda estaba sentada y donde cada mujer era más sobresaliente que la otra no había ninguna dispuesta a aceptar un halago por sus logros. ¡Qué va! Menos, oírlos en voz alta.
¿Qué problemas tenemos? Se preguntaba Shonda quien admitía que estaba en ese club, en el que se actúa como si yo justo iba pasando por allí y ¡mira! encontré en el suelo el libreto de Grey’s Anatomy y así fue que se me ocurrió la idea.
Y si a una mujer que tiene una productora con su nombre y a la que que Netflix le paga 150 millones de dólares le cuesta recibir halagos, ¿que será del resto?
Les presentó al síndrome de la impostora, porque en este caso hablo de mujeres. Entre sus síntomas está el no sentirse suficientes, pensar que hemos llegado a una posición por pura carambola, porque alguien nos dejó pasar por error. Si un día se llegan a dar cuenta, nos van a sacar por la puerta de atrás.
Agregaría también el síntoma, o manía, de rechazar oportunidades por no estar listas para después descubrir que alguien menos listo se atrevió a postularse ¡y le aceptaron!
Tal vez porque nos enseñaron desde pequeñas a parecer, así sea solo parecer, excesivamente modestas, hay quienes no pueden soportar ni escuchar que sus vestidos le sientan bien o que su casa es bonita.
Contra eso ponen una barrera: “pero si es un vestido viejísimo” o ” ¡ay, no! mi casa está siempre desordenada”. Eso apenas es lo que se dice en voz alta porque en voz baja cacarea, todo el día, el crítico interior diciendo, cuando menos, todo lo que se pudo hacer mejor y no se hizo.
Así que este 14 de febrero me propongo recibir bien los piropos. Ni siquiera los voy a esperar de otros, me los diré. Resistiré a la tentación de pincharlos y desinflarlos. Si en nuestra familia, trabajos o entornos alguien nos dice un elogio, bienvenido sea.