A veces, solo a veces, tengo envidia de la gente que tiene sus cajones organizados. Sí, esa gente que te invita a su casa y ya en confianza te piden: “tráeme la espátula que está en ese cajón”. Y cuando lo abres tiene todo perfectamente colocado. Por tamaños, colores y formas. Hasta las etiquetas miran hacia el mismo lado.

Esa cualidad debería ser considerada una habilidad digna de una hoja de vida. Es que mis cajones difícilmente lucen tan bien.

Para intentar mejorar, me di a la tarea de aprender el método de Marie Kondo, la famosa japonesa que ha compartido con el mundo su método para doblar la ropa, guardar las cucharas y deshacerse de las cosas. Gracias a ello ha hecho fama y fortuna. Si investigan sobre ella, verán que lo merece.

Doblé toda mi ropa según las indicaciones de Marie, pero el orden me duró una semana. Hay zonas que son el Triángulo de las Bermudas. Lo que allí cae, desaparece. Ejemplo: el cajón de las medias siempre tiene medias solteras; en el cajón de la ropa interior uno siempre quiere lo que está al fondo, y si estás de apuro toca desordenar.

Pero además suele haber en las cocinas un cajón que es el rey del desorden. Allí uno tiene de todo, desde los tornillos que sobraron para armar un mueble hasta hilo pabilo para hacer tamales; también hay corchos extras para las tinas o algún pegamento extrafuerte que ya se secó.

Sé lo que me dirán las personas expertas en organización: “cada cosa tiene su lugar”, y ¿cuál es el lugar para las llaves que uno no sabe de qué son, pero que un día necesitarás? No me digan que la basura.

Pero no crean que nada he aprendido. Tal vez el mejor consejo de la Sra. Marie Kondo es este: A la hora de limpiar o poner en orden un lugar solo hay que quedarse con los objetos que nos hacen sentir bien, de manera auténtica. Lo demás se dona, se regala o se recicla.

Esa también debería ser la norma antes de comprar algo o embarcarse en algún proyecto: solo escoger lo que nos aporta, lo que nos hace crecer como personas. La vida sería un poquito menos complicada.