Lo vi afuera de un taller y perdí la cabeza por él. Tenía que ser mío. Era el estante en hierro forjado más galano que yo había visto. Tan precioso era que dije: ‘¡fuera de aquí!’ a la mala fé que le tengo al hierro en este clima donde todo se oxida. Todo.

Averigüé el precio, pedí un presupuesto más detallado y cuando ya estaba lista para hacer el primer abono pregunté un detalle: ‘¿ustedes ponen los vidrios del estante?’ El vendedor me miró como si le preguntara que por comprar el mueble él me podía donar su único riñón bueno.

Rotundamente no, esos vidrios los tenía que mandar a hacer yo con mi vidriero de confianza, fue su respuesta. Sí dijo eso: ‘Vidriero de confianza’.

Aunque sabía que ante sus ojos iba yo a quedar como una cliente aparecida periodo jurásico, me atreví a decir que yo no tenía ningún vidriero y que agradecería si me podía recomendar a uno. Su respuesta fue otro rotundamente no. Ellos no podían recomendar a nadie por políticas de la empresa. En ese momento pensé que me iba a enseñar un cártel con esa advertencia.

Ese es un ejemplo de situaciones en las que he estado y las personas llanamente me dicen que no me pueden recomendar a alguien y cuando escarbo la respuesta resulta que es: “Luego quedan mal, y usted va a decir que nosotros lo recomendamos”.

No les voy a aburrir con mis historias de plomeros, baldoseros y albañiles que en 2013 llamé para un trabajo en mi mudanza y todavía los estoy esperando. Uno de ellos, la última vez que se comunicó conmigo, estaba por bajarse en la gran estación de San Miguelito, después de eso no contestó más las llamadas.

He estado pensado en esto de las recomendaciones por un motivo. Hace unos días una colega me pidió nombres para una vacante que necesitaba llenar. Se me vinieron algunos, pero les confieso que tuve dudas. Las últimas veces que supe de algunas vacantes, yo llamaba a las personas para hablarles de esa oportunidad, pero mis estimados recomendados me hacían preguntas que me quitaban las ganas de volver a hacerlo.

La primera pregunta era ‘¿cuánto pagan?’ o si pagaban bien o mal.  La siguiente era para qué área sería el trabajo o ¿qué exactamente tendrían que hacer? También me preguntaban si fulanita o menganito seguían en esa empresa, porque de ser así preferían vender llaveros en el semáforo antes de aceptar trabajar allí. Algunos hasta me consultaban si era con horario rotativo o si se trabajaba sábado o domingo.

Ante semejantes cuestionamientos, me entraba la culpa. ¿Cómo me atrevía yo a exponer a las personas a trabajos mal pagados, con ambientes laborales tóxicos y sin posibilidad de tener sábados para hacer mandados ni domingos para estar en familia? Pero, luego entraba yo en razón y reflexionaba: ¿no sería mejor aplicar - o no aplicar, si no quieren-, y averiguar allá cuáles son las condiciones del trabajo en vez de tratar de atacar a la mensajera o sea yo.

Y así fue como casi he perdido las ganas de recomendar.

PD. Si necesitan un buen fotógrafo, corrector de estilo, diseñador gráfico para trabajar como servicios profesionales tengo unos nombres que les puedo dar.