Agotada, una conocida me contó que había pasado casi cuatro horas dando la mano (y la mente) a una amiga para enviar una propuesta a concursar, a través de una plataforma digital. Por supuesto, pensé que era una exagerada.
En menos tiempo, por suerte, me pudo resumir su peregrinar delante de una computadora. Para llenar la aplicación del concurso su amiga —a la que llamaré Ana— debía incluir un correo electrónico, cosa que no tenía. Si lo tuvo, había olvidado la contraseña. En ese momento mi conocida, —a la que en adelante llamaré Lili— sospechó que la cosa no iba a ser tan fácil.
La aplicación pedía una biografía de 300 palabras. Ana solo contaba con su hoja de vida que tenía una foto engrapada. Hubo que tomar una foto a esa foto para enviarla digitalmente, que también era requisito.
Pedían enviar un documento en PDF, pero solo lo tenían en archivo Word. Resulta que el Word de la máquina de Lily no podía leer el documento que había traído Ana. No era compatible.
Había que subir unas fotos, pero las que trajo Ana no tenían resolución o, en palabras comunes, no tenía el tamaño. Ana consiguó otras pero eran tan grandes que había que comprimirlas en un Zip o enviarlas por Wetransfer. Ante esa explicación Ana miró a Lili como si estuviera hablándole en lenguaje élfico.
Lili me admitió que el momento más peliagudo fue cuando Ana demostró serias dudas de que Lili fuera capaz de enviar bien las fotos por Wetransfer, un servicio que permite transferir archivos. Y se puso más nerviosa al saber que si el Wetransfer no era abierto en una semana, por los señores del concurso, desaparecería.
El formulario decía que los concursantes iban a recibir una notificación de recibido, pero luego de dos días no había llegado ninguna señal de vida ni el Wetransfer había sido abierto. No importaba cuántas veces le diera a la tecla F5, que es la tecla que sirve para refrescar o actualizar lo que vemos en nuestra pantalla.
Qué tiempos aquellos en que uno debía sacar, con bastante dolor en el bolsillo, fotocopias y gastar tiempo y pasaje en llevar el documento o las obras que iba a someter a concurso. Casi se extraña esa cara larga o feliz, que recibía el trabajo y le daba a uno el papelito de recibido.
Sí, la tecnología nos facilita la vida pero solo si contamos con los conocimientos para usarla. Es fácil cuándo uno conoce sus vericuetos y la terminología básica. Corrijo, creemos que es básica y por eso damos por descontado que los demás saben, y por eso los otros se avergüenzan, muchas veces, de preguntar.
Muchas personas han tenido que recurrir a otras para que les ayuden a llenar formularios y a verificar la transferencia del auxilio económico o vale digital que ha dado el gobierno durante la pandemia. Igual ha pasado con la cita para la vacuna contra la Covid-19.
Otra amiga me decía el año pasado que le habría gustado hacer algo para ayudar a tantas madres que se veían en apuros con lo de las clases digitales, ayudando a sus hijos a hacer presentaciones digitales y a manejar extensiones o programas que no sabían.
La falta de herramientas y conocimientos también es la brecha digital y no podemos dejar a las personas atrás.