Hace unos días un amigo fue al supermercado a comprar ñame. Cuando le preguntaron cuál quería, metió la pata y dijo: ‘el más caro’.
A su casa llegó con dos libras de ñame diamante.
La sopa no quedó para nada como él quería.
En Panamá hay una sopa que siempre va adelante en las encuestas gastronómicas, se llama sancocho y sus únicos ingredientes son: pollo, ñame y culantro. Agua, por supuesto. Y buena candela, claro.
Todavía no conozco un cocinero o cocinera que de su voto al ñame diamante.
Hace mucho tiempo el diamante llegó a las mesas como una innovación. Su promesa de campaña era salvar el sancocho del escaso y piquis baboso.
Pero a pesar de ser más peludo y siempre más chiquito el baboso siguió y sigue teniendo la preferencia de muchos. Por eso se vende más caro que el diamante. Menos, en el supermercado aquel donde compró mi amigo.
Tampoco importa el hecho de que el baboso pique, y bastante. Al pelarlo hay que tener mucho cuidado si no quiere quedar con una comezón terrible. La culpa es de la baba.
Pero esa baba picosa da a la sopa una cualidad que para algunos es indispensable: espesor.
Un sancocho no espeso es un agua clarita ¡puaf!
Algunos hasta le han tomado mala voluntad al ñame diamante. Eso se debe a que con frecuencia aparecen vendedores farsantes que quieren hacer pasar el diamante por baboso ¡Y lo logran!
Tengo otro conocido que, en una estación de gasolina, en Ocú, fue embaucado por un señor que aparentaba ser un esforzado agricultor que tenía para la venta unos ñames babosos gigantes, a precio de ganga.
Creo que los conocedores ya sabrán por donde venía el engaño. Aquel conocido aprovechó la oportunidad y compró el ñame baboso más grande de su vida. La pieza estaba para un récord guiness, al menos criollo.
Como ya supondrán, era ñame diamante. El baboso siempre es más pequeño.
Solo en Panamá un diamante puede ser despreciado en favor de un baboso.
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