Por supuesto que mudarnos al mundo virtual nos ayudó durante la cuarentena. Así no faltamos a encuentros de trabajo; pudimos juntarnos para apagar las velas de cumpleaños; hicimos masa madre en clases de cocina; escuchamos conferencias y hasta asistimos a clases universitarias. Todo frente a una pantalla.
Después de probar esa posibilidad claro que vamos a seguir paseándonos, en ropa de casa, por la virtualidad y sus ventajas. Es demasiado tentador. Sin embargo, no creo que nos mudemos del todo para allá. Los eventos presenciales, como les llamamos ahora, van a seguir siendo importantes.
No es fácil mantener el interés de los asistentes a través de una pantalla. Se aburren o se cansan. Qué difícil es competir por la atención de aquellos que desde su casa u oficina se conectan para escuchar una conferencia. Muchos no logran centrarse en la actividad.
Mientras supuestamente asisten están haciendo otras cosas, puede ser desde borrar correos electrónicos hasta poner una lavadora. Cuando vas a un lugar para escuchar un conferencista tienes todos tus sentidos allí. Y te ves obligada a estar. Sí, claro que siempre habrá quienes no se despegan de su celular.
Pero al salir de casa entras en contacto con otro espacio, otros olores que en cierta forma te condicionan. Sobre todo recibes el beneficio de relacionarte con otras personas de hablarles y aprender de ellas.
Por supuesto que hay ventajas maravillosas en los eventos virtuales: puedes disfrutarlos desde casa, en pijama, puedes asistir a una charla en Europa estando en Panamá y a veces hacerlo a la hora que te convenga porque está pregrabado.
La respuesta podría ser, en algunos casos, eventos híbridos, como le llaman ahora, una parte virtual y otra presencial. Y los eventos virtuales, como dice la experta en protocolo Kilda Pitty, deben encontrar su propio estilo, que no es recrear un evento presencial, para lograr conectar mejor con sus audiencias.