Dicen aquellos que saben, y yo les creo, que para encontrar pistas y elegir una carrera profesional, o redireccionar la que ya tienes, deberías mirar atrás, atrás, más atrás… hasta el patio de recreo de la escuela. Una vez allí, en uniforme escolar, y con olor a centavo fíjate. ¿Qué hacías allí? ¿A qué jugabas? Cuando sonaba el timbre y volvías a clase ¿qué te gustaba?

En un aula siempre había uno o dos buenos dibujantes. Los de mi generación hacían buses diablo rojo, los más pifiosos por supuesto, y robots poderosos. Siempre había uno o una que dictaba las mejores charlas; con esa dicción y entonación perfecta que hacía al profesor asentir con la cabeza. También estaba la que no se cansaba de levantar la mano para hacer el mural. Hasta traía su propia clipsadora (bueno, engrapadora). Alguno vendía galletas, tarjetas o figuritas del álbum de turno. No faltaba el que tenía conocidos en todos los salones. Todos. Gente así hay hasta en escuelas como la que yo asistí, el Instituto Justo Arosemena donde había hasta quinto año K.

Quitando a la de la buena entonación y a la que hacía el mural, el resto de los que mencioné seguro recibían regaños de los profesores. Los que disfrutaban de dibujar lo hacían en las últimas páginas del cuaderno ¡horror! El que tenía amigos en todos los salones probablemente siempre andaba de un lado para otro e igual su mente, no se concentraba. El qué vendía cositas era castigado pues en la escuela a los estudiantes no se les dejaba vender. No señor.

Allí está el más vivo ejemplo de que aquello que te mete en problemas seguro es tu fortaleza y es lo que tienes para dar al mundo: el amigo de todos tenía potencial para hacer algún tipo de trabajo que incluyera trabajar con mucha gente y relacionarla. La o él de los murales tenía un sentido estético, era creativa y muchas veces también era muy organizada; aquellos que dibujaban tenían futuro en el arte pero muchas veces los maestros no los tomaban en serio.

Aquel que vendía cositas tenía futuro en los negocios y las ventas o en lo que hoy se habla por todos lados: el emprendimiento.

Hay quienes ubican el origen de la palabra educar en educere, un término en latín que significa hacer salir. De ser así el esfuerzo de la enseñanza debería estar en hacer que salga de cada alumno esa luz que ya tiene, y en ayudarle a encontrarla.