El año que cumplí 30 años de edad mi jefa me propuso coordinar una revista mensual para jóvenes. Su nombre sería Ellas Teen. Sí, era como la hermana menor de Ellas.
Ya entonces me consideraba capaz de hacer revistas de cualquier tema. Es mi super poder. Pero con una publicación de jóvenes sentí dudas.
Dudas porque hace rato había dejado esa etapa. Dudas porque en ese momento no recordaba con alegría mi adolescencia: no fui popular, no fui deportista, ni la chistosa de la clase. Pero trabajo es trabajo. Me metí los miedos en un lugar donde no los viera mi jefa y acepté.
Se sumó a mi equipo una estudiante de derecho que no tenía ni 23 años. Natasha era avispada, graciosa y, aunque ella decía que no, era perfecta para ser nuestra reportera de Ellas Teen.
En la portada procuramos escoger jóvenes destacados. Nuestra primera tapa fueron dos campeones de natación que no tenían ni 14 años de edad: Carolina Dementiev y Diego Castillo.
Nos propusimos llegar a la mayor cantidad de jóvenes. Debía haber de escuelas públicas y particulares. Natasha y yo, por separado, visitábamos escuelas y eventos juveniles: íbamos a ferias de ciencia, campeonatos de cantadera, reinados estudiantiles, torneos deportivos en la piscina Patria.
Cuando Ellas Teen publicaba yo me ponía a contar los jóvenes que estaban en las fotos en sus 36 páginas: llegué a sumar hasta 100 caritas. Me daba alegría poder mostrar a los jóvenes y lo que hacían de otra forma.
La mayoría de las veces los jóvenes son noticia cuando hay un delito o un crimen.
Me enorgullecía de darles otro espacio. Teníamos también columnistas adolescentes. Algunas de ellas luego estudiarían comunicaciones y relaciones públicas. La revista les dio una ventanita y una idea de sus posibilidades.
De todos los números recuerdo bien el primero: hubo un error en la fuente tipográfica y la revista era prácticamente ilegible. Algunos anunciantes exigieron la devolución de su dinero. Yo me quería morir por tan público fracaso. Pero no morí y durante los dos años que estuvo a mi cargo, puse todo el conocimiento que tenía para hacerla seguir: interesarme por mi público, permitirle participar y escuchar a otros que sabían algo que yo no.
Todavía hoy, cuando fallo y tengo dudas, me recuerdo que si pude sacar adelante ese proyecto a pesar de tamaño tropiezo todo lo demás tiene solución y esperanza.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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