Hace unos días mi hija me preguntó si yo quería ponerme arrugas. Ella estaba creando los personajes de su casa virtual en un videojuego para niños. La gracia del juego es decorar la casa, a su gusto, y crear los personajes. Les pone cabello, ropa, pecas. Quería incluirme. Ya habíamos escogido el color de mi pelo -morado- pero había una opción para poner arrugas, líneas de expresión, a la cara de los personajes.
‘Claro que sí, ponme arrugas’, le respondí como si fuera lo más natural. Me puso las arrugas aunque a penas se veían debajo de los lentes de corazón gigante que me había puesto.
Siempre le digo a mi hija que su cuerpo es un tesoro. Lo es porque le permite saltar, correr y bailar. Lo es porque sin su cuerpo no podría experimentar el mundo. Cuando se queja de las cicatrices, varias, que tiene en las rodillas le digo que son pruebas de sus aventuras y travesuras. Las arrugas de su mamá son resultado de años de risa, muecas y también llanto. Su mamá ha vivido.
Quiero enseñarle a querer su cuerpo y mucho. Espero que eso la ayude cuándo empiece a escuchar, como todas, que su cuerpo no es como debería ser. Algo tiene muy grande, muy chico, muy ancho.
Hay tanto sufrimiento en esto. Y lo hemos normalizado. Como bien dijo Emma Thompson, hace unos días en el festival de cine de la Berlinale 2022, es casi imposible que una mujer se mire al espejo desnuda sin criticar su cuerpo. Nos hemos acostumbrado a ver los cuerpos entrenados en el cine y la televisión. Estamos convencidos de que hay un ideal de belleza al que estamos obligadas a seguir.
Sé que alguien, mientras me lee, piensa: “Nadie obliga a las mujeres a perseguir ese ideal de belleza, si lo hacen es porque quieren”. Y hay algunas que creen que lo hacen porque quieren. Porque quieren meten la barriga para la foto, porque quieren disimular el tamaño de sus muslos, porque quieren se esfuerzan por mantener a los 50 el cuerpo que tenían a los 20.
Hace unos días fue noticia la muerte de una joven en Panamá que había viajado a otro país por una cirugía estética. Muchas, muchísimas personas, se operan. Sí todo va bien es probable que la persona después reciba elogios, pero de lo contrario será juzgada. ¿Por qué hizo eso?
Se crítica a la gente que se hace cirugías estéticas, pero más se critica a las que no tienen busto, las que los tienen caídos, las que no están haciendo un esfuerzo por verse jóvenes y guapas. Considerando los imposibles estándares de belleza y la frustración que no lograrlos causa, es raro que más gente no opte por una cirugía.
Lo que está dañado no es el cuerpo humano, que es diferente y en esa diferencia está su belleza. Un cuerpo que nos envuelve, nos cuida y acompaña, si tenemos suerte, por años. ¿Acaso no es eso bello? Lo ‘dañado’ son esas ideas encorsetadas sobre lo que es bello y que supuestamente debemos perseguir.