Hace unos días mi hija fue una de las pequeñas guías del Museo del Canal. El Día del Niño y la Niña un grupo de pequeños se encargaron de contar las historias del museo al público visitante, que a qué negarlo, incluía a un montón de papás y mamás orgullosas de ver a sus hijos en acción y vestidos de época.

Si fuera por nosotros los padres, allí nos habríamos quedado de asistentes e intensos junto a nuestros hijos, pero por obvias razones nos pidieron esperarlos afuera. Mi propia hija me hizo una seña para que me fuera. Me sentí triste pero también feliz de ver su independencia.

Decidí dar una vuelta por el área de Casco Viejo, pero apenas puse el pie fuera del museo me di cuenta que no era tan buena idea. Era junio, casi mediodía y el sol picaba. Afuera docenas de turistas colorados de sol caminaban con raspados en la mano o deseosos de encontrar uno. Decidí que solo daría unos pasos por la Plaza Catedral que está en frente del museo.

Como todos los fines de semanas había carpas donde vendedores de artesanías exponían diferentes productos. No podían faltar las bolsas de molas, los sombreros de paja pintados con flores de papa, collares de cristales y alguno que otro accesorio de material reciclado.

Pensé que todo eso lo había visto y que bastante de eso ya tenía en casa. Todo me pareció muy igual hasta que vi unos aretes de chaquira turquesa y naranja. Me encantó la combinación de color y el diseño que asemejaba una flor. Me enamoré de ellos, los compré y me los puse de inmediato. Noté que todas las piezas tenían una combinación de color acertada, había unos lilas con verde muy bellos. Pero, hasta donde yo recordaba, estas combinaciones de color no eran común en las artesanías de ese tipo.

“Tiene usted un muy buen gusto. Combina muy bien los colores”, le dije a la artesana. Ella se sonrió casi como una niña, con algo de pena y otro poco de picardía. “No crea que siempre fue así, al principio hacíamos unas embarradas, pero probando y probando fuimos mejorando”.

Esta joven artista de la comarca ngabe buglé empezó a vender chaquiras hace un tiempo. Su hermano es el principal encargado de los diseños. Los turistas son sus principales compradores, y para venderles a ellos empezaron a probar con combinaciones de colores que no son los tradicionales en las chaquiras que ellos usan. El resultado de esos experimentos también me había atraído a mí.

En esos pocos minutos que conversamos aquella artesana me dio lecciones de negocios y de nuevos proyectos, lecciones que pueden parecer muy obvias, pero si no se practican no funcionan.

1. Lo primero que haces no siempre es bueno. Nadie, o casi, hace las cosas bien a la primera, hay que seguir trabajando.

2. Tienes que entender qué le gusta a tu cliente para ofrecérselo.

3. El trabajo en equipo es fundamental para crecer.

Me fui de allí feliz con mi compra y con esta conversación tan honesta. Muchas veces vemos la belleza de una pieza y no imaginamos el trabajo, los fracasos, y la persistencia que hay detrás de ellas.

Llegué justo a tiempo para recoger a mi hija de su actividad, faltaba la entrega de certificados y el brindis. Lo primero que me dijo mi hija fue: ¿y esos aretes tan bonitos, dónde los compraste?

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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