Si hay algo en lo que los panameños estamos de acuerdo estos días es en que la Caja del Seguro Social necesita cambios urgentes para tener un futuro viable.
Los servicios de salud pública son fundamentales. Tal como lo demostró la pandemia, muchos no habrían podido costear lo que vale una cama en cuidados intensivos y salvarse sin la ayuda de estas instituciones. Además, en un país con una población que envejece rápidamente, contar con un sistema que nos respalde en esa etapa de la vida no es un lujo, es una necesidad.
Sin embargo, si le preguntas a la gente de a pie, que por suerte todos tienen algo que decir, escucharás un mensaje repetido: los sacrificios que hay que hacer, que los hagan los otros, no ellos. Y este razonamiento no es producto del capricho.
¿Subir la edad de jubilación? ¿Pero por qué, si hay personas que se jubilan de manera ‘especial’ muy jóvenes y con su salario completo? ¿Aumentar las cuotas? ¿No sería mejor empezar por cobrarle a los morosos, reducir las “botellas” en el Seguro Social o meter a la cárcel a quienes descontaron cuotas a sus empleados pero nunca las pagaron?
Lo que se respira aquí y allá es desconfianza. Una desconfianza que dice que unos pocos harán sacrificios mientras otros seguirán disfrutando de los mangos bajitos.
Una desconfianza que, da pena decirlo, ha sido ganada a pulso por varias administraciones públicas, Y no digan.
Por eso a las personas les da igual si un comercio le cobra o no impuestos; sienten que al final ese dinero no es para el bien público. Por eso también muchos retrasan sus compromisos con el Estado, pensando que no vale la pena contribuir si el sistema sigue siendo tan injusto. Si las personas confiaran que su dinero va a la salud, a la educación y a la infraestructura de su ciudad pagarían con más gusto sus impuestos y se indignarían con quienes no lo hacen. Otra historia fuera si el mal manejo de los fondos públicos fuera una excepción en vez de la regla.
Recuperar la confianza no es tarea de un día para otro, pero es evidente que estamos pagando el precio de la cultura del juega vivo, del ‘¿qué hay pa mí?’: contrataciones de personas sin capacidad, puestos entregados a familiares en lugar de abrir concursos, coimas, sobreprecios. Hemos olvidado que cada balboa robado al estado no solo va al bolsillo de un ladrón también quita salud, educación y oportunidades al resto.
La medicina que este país necesita para hacer una reforma no es otra cosa que confianza. Solo recuperándola podemos empezar a sanar nuestras instituciones.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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