Ayer mi pequeña hija insistía en hacer unas manualidades. Me preguntó si podíamos pedir a domicilio los materiales que le faltaban para empezar enseguida. Traté de disimular mi falta de fe en la rapidez de los servicios de entrega. La experiencia me ha hecho saber que si quieres con prontitud algo, que no sea comida, tienes que ir al almacén, tienda o farmacia.
Durante la pandemia encargué unos materiales didácticos. Llegaron una semana después. Las entregas, luego supe, demoraban cuatro días hábiles.
Hay expertos que se la pasan agradeciendo a la pandemia por habernos guiado o empujado a un salto digital de cinco años. ¿Sabía usted que estamos en 2028?
Para mí que esos expertos no han intentado cotizar un examen médico por internet. Yo lo he hecho. Solo encontré respuesta llamando por teléfono. Escribí llamar, no chatear.
Muchas empresas tienen Whatsapp pero pasa una hora y nadie te responde. Los chatbots (robots que dan las respuestas automatizadas) a veces resuelven, y otras nada. No puedo negar que algunos chatbots tienen buenos modales y hasta ofrecen disculpas por hacerte esperar. Hace unos días el chatbot de mi banco me pidió excusas por no haberme contestado en 16 horas. Por supuesto, yo no fui tan educada. No le respondí. El robot me imploró que calificara el servicio y le llenara una encuesta de satisfacción. ¿Cuál satisfacción?
Por otra parte, no caigan en ese relato de que ya no se usa papel y todo es pdf y archivos digitales. Qué va.
Una vecina me sugirió anotar a mi hija en unas clases de la piscina pública. Cuando traté de saber los requisitos me encontré con que no tenían Instagram, ni correo electrónico y el teléfono estaba dañado. Solución: ir en persona.
Por lo menos los amables señores de la piscina no me hicieron ir dos veces (una para averiguar y otra para registrar), me dieron el formulario y me dijeron que el primer día de clases fuera con todos los requisitos, que por supuesto incluía fotocopias.
A veces la presencialidad es lo único que sirve.