Traigan un delantal. Fue la amenaza o promesa que aparecía en la invitación del acto de celebración del Día de la Madre en la escuela de mi hija. Sospeché que la cosa iba de pintar algo.

Traté de muchas maneras de sonsacarle a mi hija los detalles del famoso acto, pero no soltó ni pío. Poesía no había, canción y/o coreografía tampoco. Y es que cuando hay esos dos elementos, siempre la oigo en su cuarto practicando con el papá, supuestamente a escondidas. Lo de “supuesto” es porque ella me dice: “Mamá, anda para allá y no vengas para acá”, seguido del azotón de la puerta.

El ansiado día llegó y, como siempre, me encontró desprevenida. No tenía el delantal a mano, tampoco había preparado un vestuario especial ni manicura.

Como me lo esperaba, o temía, el acto del Día de la Madre resultó ser una experiencia de pintar. Nos sentaron en mesas de cuatro: madre e hija, o abuela e hija. Nos entregaron un lienzo a cada una, que, al unirlo, haría un solo cuadro: el de un florero.

En esa hora y media que estuvimos allí, encontré tantas similitudes con las cosas que nos pasan en la vida. Primero, el impulso de compararnos. Así podemos ver cómo algunos apenas dibujan un trazo y otros son unos artistas; bien podrían vender esos cuadros.

Luego, la necesidad de trabajar en equipo para lograrlo. Las madres teníamos que ponernos de acuerdo con las hijas para tener iguales proporciones en los cuadros.

En cada mesa debimos compartir los colores y, algunas veces, adaptarnos al material que disponíamos, pues el cuadro modelo tenía unos colores, pero no siempre podíamos sacarlos.

Mientras mi hija pintaba de su lado, yo la miraba orgullosa: la materia de arte es una de sus favoritas. También a mí me gustaba pintar.Por supuesto, yo tenía muchas ganas de corregirle una línea por aquí y otra por allá, pero mi hija no me dejó. Le parecía que torcidas estaban bien.

Por otro lado, estaba sumamente preocupada de que mi hija ensuciara su hermoso vestido. Y ella insistía que no iba a pasar nada. Hasta que tuve que aceptar que era muy posible que el vestido se mancharía y no habría nada que yo pudiera hacer. En la vida, para pintar su propio lienzo o historia, vamos a tener que ver como nuestros hijos se ensucian y se manchan; por supuesto elegirán los colores que no nos gustan.

Cuando dejé de concentrarme en la perfección del arte escolar, pude apreciar mejor lo que estaba pasando. Todas las maestras de mi hija eran las encargadas de coordinar la actividad. Alumnos de grados más avanzados también apoyaban. Pude ver que las maestras y los alumnos habían decorado con flores de papel algunas paredes para que nos tomáramos fotos.

Casi ni me di cuenta cuando Gabriela me trajo la tarjeta del Día de la Madre, que resultó ser un recuadro que decía: “Todo sobre mi madre”. Allí mi hija me describía como alguien que le gusta el color morado, le gusta comer sushi, viajar en avión, leer, escribir y ver series. Lo que más disfrutamos juntas es descubrir nuevas cafeterías.

Después me explicó que la maestra Yamilka les hizo a todos escribir esa lista varias veces, pensar muy bien sobre su mamá, para hacer algo muy detallado.

Ese fue nuestro feliz y pintado acto del Día de la Madre.