Tan audaz no soy para decir que este fue el año más difícil para Panamá. Pero, si se trata de percepción —palabreja tan manoseada— diré que 2018 no ha sido el más feliz del siglo.
Por fortuna, crecí en 1980. Una época feliz y de crisis. Mi mamá decía “voy a Panamá” para indicar que iba a la Ave. Central. La vía España era de dos vías. El edificio más alto era el de la Lotería y el más moderno, la torre del Banco Exterior.
Íbamos a ver los perros amaestrados en el estadio Revolución. Éramos los hijos de la revolución, nos celebraban el Día del Niño el 1 de noviembre, no con regalos o juguetes, sino con presentaciones del payaso Campanita o visitas de los militares a la escuela.Pero, aunque nos daban pastillas, les temíamos a los militares. Nos daba la pálida solo de pensar en los “doberman” o los “pitufos”.
Así de ingenuos éramos, que dividíamos el mundo en buenos y malos; los buenos querían democracia, palabra que sabía a lujo porque no la teníamos. A pesar de todo, teníamos esperanza. Esperanza porque no hay mal que dure cien años; porque pensábamos que un día íbamos a tumbar a los militares o nos iban a salvar los gringos con una invasión. (Sí, estúpidamente pensamos que eso sería bueno).
Ahora, vengan conmigo al año 2018. Miren esta desesperanza. Tóquenla. Que sí, ahí están mis amigos eternos optimistas. Para ellos levantarse vivos basta. Pero tampoco puedo taparme los ojos para ignorar a los panameños desanimados. Aquellos que han perdido su trabajo, han cerrado sus negocios, han tenido que despedir gente, mudar a sus hijos de escuela, devolver sus casas, sus carros.
A su desánimo le crecen pelos, uñas y cachos porque nos dirige una clase política corrupta, que nos roba y nos saca la lengua.
No hay políticos que nos emocionen o nos inspiren. Desconfiamos de todo. Solo nos queda votar por el menos malo, pero luego, ¿qué?
Claro, comparados con países en guerra o en hambruna, no estamos mal. Panamá es líder en esto y aquello. Parece que vamos para el cielo y estamos llorando. Pero no basta con que los informes digan que estamos bien. La gente tiene que estarlo. Pero esto es lo que hay. La pelea es peleando. No cruzados de brazos. Ningún político vendrá al rescate. Tenemos que echar para adelante entre todos.