Cerca de casa tenemos un parque. Tiene juegos para niños pequeños, una cancha sintética para jugar fútbol y una loma respetable para deslizarse si llevas un cartón grueso.
La primera vez que llevé a Gabriela, una tardecita, en una vida pasada, antes de las mascarillas, me di cuenta de que los padres se conocían y conocían a los niños, muchos de apenas dos años de edad. Era una bonita comunidad.
Cuando se reúnen padres de niños pequeños hay tema de conversación para rato: que si un niño aún no habla o habla muy poco; que si molestan los dientes; ¿qué será bueno para que no se rasquen las picadas de zancudos?; ¿alguien conoce un alergólogo? Preguntas y recomendaciones van y vienen.
No podía imaginar que durante la pandemia nuestra hija iba a sumarse a esa comunidad y eso, les cuento, ha sido una tabla de salvación. Desde que los parque se abrieron ella va allí todas las tardes con su papá (¡feliz día, papá!).
Gaby se pasa todo el día hablando de alguna amiguita o de una travesura que hicieron. También hay peleas, cuando alguien lleva un juguete y todos lo quieren usar. Una vez se perdieron las patitas de una lagartija de plástico. Qué lío encontrarlas en el pasto verde.
Hace unos días mi hija estaba triste porque su amiguita, Isa, jugaba ahora con otra niña y no le hacía caso. Otro día no entendía porque otra de sus amigas, Dani, dejó de hablarle pues Gaby no quiso empujarla en el columpio. “Ella debió ponerse brava, pero no dejarme de hablar”, razonaba mi hija.
Ese tipo de interacciones, y frustraciones, sociales son una parte importante de su crecimiento, y es algo que no puede experimentar a través de las clases escolares virtuales que hace en las mañanas.
Mi hija, como muchos, pasó más de tres meses sin salir de casa. Para protegerla del virus no la sacábamos, pero su ánimo y su salud física se resintió. Por suerte encontramos este lugar, pero lo más importante no son los juegos, son los niños que van.”Mis mejores amigos del mundo“, dice mi hija.
El parque es cuidado por la Sra. Gloria. Ella tiene las llaves. Cuando la noche empieza a caer llega para sacar a todos. En ese momento, no les niego, hay caras tristes y los más chiquitos a veces lloran.
Todas las tardes mi hija se alista segura de que va a su parque. La lluvia espanta a los niños, pero es solo una pausa. Al día siguiente si hace sol, allí estarán en el parquecito Miramar.